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¿Hasta dónde quiere llegar Sánchez?

Imagen de archivo del presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. EFE/ Sergio Pérez

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No vamos a descubrir aquí que los políticos están siempre en campaña. La variación es que probablemente también hay ciudadanos que viven la política en ese estado que podría considerarse excepcional. Los medios, de forma consciente o arrastrados por la corriente, lo hemos normalizado y somos partícipes de alimentar esa excitación permanente aunque sea contraproducente para todos, si entendemos ese todos como el conjunto, la sociedad. 

Los partidos recurren cada vez más a los hiperliderazgos porque son los que permiten que esa emocionalidad propia de las campañas se mantenga en un punto álgido de forma estable. Es algo así como las tertulias de televisión en las que, aunque no suceda nada especialmente relevante, trasladan la percepción de que están pasando muchas cosas y todas muy destacables para retener la atención de la audiencia.

Los hiperliderazgos no son un fenómeno reciente. En Francia pasó algo parecido con Emmanuel Macron. Si miramos a Estados Unidos, es evidente que figuras tan distintas como Obama y Trump son ejemplos de ese personalismo que ofrece ventajas pero también inconvenientes.

Partidos tan diferentes como el PSOE o Junts tienen al frente dos figuras con un carisma indudable y capaces de centrar la atención incluso cuando no lo pretenden. Ni Pedro Sánchez ni Carles Puigdemont son los primeros ni serán los últimos en ejercer unos hiperliderazgos que generan adhesiones y rechazos que van más allá de sus siglas. 

El  amago de dimisión de Sánchez sin consultar a nadie en su partido ha probado hasta el límite las disfuncionalidades del liderazgo que ejerce en el PSOE y también las filias y fobias que provoca fuera del partido. Tal vez no hay nadie más con su habilidad para superar las adversidades, como demostró al dimitir como secretario general en 2016 para regresar después como el líder aclamado por la militancia. O con una visión anticipatoria como la que evidenció al adelantar las generales hace menos de un año.

Pero probablemente tampoco hay muchos políticos capaces de hacer lo que hizo el pasado fin de semana, y eso le convierte también en un dirigente que puede haber abusado de las emociones, dentro y fuera del PSOE, y cuya sinceridad está hoy más cuestionada por una parte de la sociedad.

Se han escrito muchos artículos desde que el presidente se encerró en La Moncloa a decidir su futuro y todavía más análisis desde que desveló que se quedaba. Así que no hay mucho más que añadir. Él ha asegurado que la carta que colgó en redes para anunciar el parón no la conocía ni su mujer, algo que como mínimo es sorprendente teniendo en cuenta los motivos que le llevaron a escribirla. No hay pruebas para afirmar que Sanchez miente cuando hace esta afirmación. Tampoco ninguna certeza de que fuese así.

Más allá del contenido, la forma escogida, en un texto sin membrete alguno y a través de una red social, adolece de una falta de institucionalidad que roza con un populismo impropio del cargo y de la trascendencia del mensaje que trasladaba en esa misiva. 

Falta perspectiva para saber si el movimiento de Sánchez le engrandecerá o ha empezado a escribir su retirada (por más que haya pasado de amagar con irse a ofrecerse para repetir como candidato dentro de tres años o cuando sea). Puede incluso que a corto plazo salga reforzado y que ya sea mérito suyo, del temple de Salvador Illa o una combinación de ambos, lo primero que pueda hacer tras su parón sea apuntarse una victoria en Catalunya.

Había ciudadanos que estaban dispuestos a aplaudirle decidiese lo que decidiese. Otros que le hubiesen denostado cualquiera que fuese su anuncio. Descontados esos, la sana capacidad de dudar y la distancia suficiente para rehuir adhesiones acríticas obligarían a esperar a los próximos movimientos. El conmigo o contra mí le funciona, pero ese binarismo como tabla de salvación es propia del populismo del que debería rehuir.

De momento, Sánchez ha conseguido cambiar el paso de la agenda política y mediática. No piensen en la amnistía, piensen en los jueces (aunque una y otra van vinculadas). Pero para saber si vuelve a caer de pie gracias al pacto por la regeneración que propone habrá que esperar un poco más. ¿Se puede regenerar la asfixiante política española, con epicentro en Madrid, o dignificar la información que reciben los ciudadanos limpiándola de bulos sin contar con la mínima complicidad del principal partido de la oposición? La respuesta es no. El PP no quiere porque no le conviene. Y además, Sánchez no les ha hecho partícipes de esa propuesta. Aun sabiendo que la respuesta de Feijóo habría sido un no, el presidente habría resultado más creíble (si es que no se dirigía a los que ya tiene convencidos) si hubiese convocado al líder de la oposición. 

El Gobierno, con el apoyo de los socios, puede legislar para acabar con la vergonzante situación del Poder Judicial. Eso no tiene nada que ver con la querella contra la esposa de Sánchez, así que podría haberse hecho o intentado ya hace tiempo si se tiene en cuenta que el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) lleva casi cinco años y medio caducado. En la hemeroteca están todas las tentativas que ha habido y que el PP ha bloqueado porque quiere controlar los órganos de los jueces siempre, cuando está en el Gobierno o en la oposición.

Vamos a cerrar los ojos y pensar que sí, que se conseguirá un Poder Judicial más ecuánime. Pero lo que no pasará es que de un día para otro ya no haya jueces dispuestos a hacer política o que no actúen con la imparcialidad que les es exigible. 

Aborde las reformas que aborde y lo logre con más o menos atino (háganse las ilusiones justas), una vez más, los quebraderos de cabeza que le dan algunos de sus socios serán compensados por las barbaridades del PP, que ha llegado a tildarle incluso de dictador. Es esa hipérbole constante a la que se ha abonado Feijóo (por no hablar de la cara dura de Ayuso dando lecciones de libertad de prensa o el alcalde de Madrid difundiendo bulos en sus intervenciones) la que permite afianzar ese hiperliderazgo de Sánchez más allá de las siglas del PSOE. Porque incluso los que, como los independentistas, consideran que el presidente del Gobierno ha actuado de nuevo movido por el tacticismo, ven que con esta derecha, la misma que ha dado entrada a Vox en tantos gobiernos municipales y autonómicos, no pueden ir ni a la esquina.

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