Este domingo, el Festival internacional de cine de San Sebastián ha estado repleto de belleza. La segunda, en orden de estreno, de las cuatro apuestas españolas que compiten en sección oficial ha convencido y emocionado de manera unánime a crítica y asistentes de esta 66 edición.
Iciar Bollaín compite como directora por tercera vez en Zinemaldia presentando una historia que rezuma tanto arte y personalidad como la del personaje que la inspira e interpreta. Carlos Acosta, leyenda viva de la danza internacional, fue en su infancia y juventud, una suerte de antítesis de 'Billy Elliot' que comparte con el niño británico unas dotes innatas para la danza así como un origen humilde con pocas alternativas futuras.
Todo en Yuli es tan sutilmente bello que impresiona, consiguiendo hacer del visionado de la película una experiencia sensorial que traspasa la gran pantalla. La propia historia puede parecer un cuento irreal de lo sorprendente y, sin embargo, en su dosis de realidad tiene su principal baza. De la mano de Paul Laverty, guionista de la película, llegó el proyecto a manos de su compañera, Iciar Bollaín, que aceptó el reto con la profesionalidad y humildad que la caracterizan, reuniendo para afrontarlo el mejor equipo a su disposición.
Comenzando con el propio Acosta y su extraordinaria delicadeza, las maravillosas y simbólicas coreografías de María Rovira, el certero pulso para la emoción que desgranan las eficaces partituras de un siempre reivindicable Alberto Iglesias y unas interpretaciones para el recuerdo, colmadas de la dosis exacta de ternura capaz de envolverte el alma. Contribuye también a la causa la gran amada de nuestro protagonista que no es otra que su isla, Cuba, con la luz de La Habana, la personalidad de sus gentes, y la poética rabia con la que rompen las olas en el Malecón.
Por todo esto y mucho más Yuli tiene muchos enteros para alzarse con algún galardón durante esta edición y mantiene, bien alto, el listón de nuestro cine español.