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El 27 de agosto de 2017

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El sábado en Barcelona, necesitábamos un respiro

David S. Ariznavarreta

En el modelo de sociedad liberal, e incluso de la derecha vieja, la independencia de un territorio está lejos de ser un problema. De hecho, la fragmentación política es origen de libertad y de respeto de los derechos de los ciudadanos. La Europa medieval, por ejemplo, es utilizada recurrentemente para ilustrar cómo una serie de pequeños estados se vieron obligados a competir por retener a los pagadores de impuestos, que por aquel entonces nunca llegaron a tributar más del 10% de la riqueza que generaban, conscientes de que podían trasladarse a otros lugares cercanos donde los gobernantes fueran más benévolos y menos sangrantes.

Por tanto, la independencia política no es más que la capacidad de asociarse libremente, de elegir bajo qué normas y en qué marco institucional quiero desarrollar mi vida, y debe ser auspiciada o al menos tolerada por aquellos que creen en la libertad.

Sin embargo, el proceso independentista de Cataluña se ha convertido en un movimiento populista que no levanta ningún tipo de simpatías entre los liberales. Esto es así por varias razones: en primer lugar, los dirigentes políticos catalanes que agitan a las masas están dispuestos a saltarse la legalidad; o dicho de otra manera, se creen con el peligroso derecho a decidir qué leyes seguir y cuáles no. En segundo lugar, las consignas independentistas hace tiempo que olvidaron defender las ventajas de una hipotética independencia -que para mí son reales, siempre y cuando se mantenga el libre comercio y la circulación de personas-, para centrase en crear un sentimiento de nación catalana y en distinguir a los individuos entre españoles y catalanes, categorizando a las personas por una condición tan circunstancial como su lugar de residencia y enfrentándolas.  

Y, por si fuera poco, su modelo de sociedad dista mucho de defender las libertades individuales. Más bien, el procés cada día se parece más a una amalgama de partidos políticos que se autoproclaman salvadores de la nueva patria y que tienen la clara intención de manejar las vidas de los catalanes. Tan manirrotos e intervencionistas son los gobernantes catalanes, que carecen de otro argumento que no sea la independencia para mantenerse en el poder.

Por esta razón, ya no nos extraña que el procés se cuele en una manifestación contra el terrorismo. Ahora mismo, el procés lo es todo en Cataluña. Pero ese espacio creado para recordar los atentados de Las Ramblas, que en mi opinión no era para los muertos, sino para que cada uno de nosotros administrara su propio dolor, merecía estar reservado para la sociedad civil, sin que las consignas políticas se hicieran protagonistas una vez más.

Y yo me pregunto: ¿acaso no le desagrada al más ferviente independentista que el procés se cuele en un acto como el del sábado? ¿No ve el independentista, de aspiraciones legítimas, que todos necesitábamos un respiro?

 

 

 

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David S. Ariznavarreta
Escritor, intento de periodista, ingeniero por accidente. Reflexiones, videos y columnas en:
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