1º Mentira: buenismo.
Una parte de los medios de comunicación occidentales llevan años intentando desvincular el islamismo y la yihad. La verdad es bien distinta a la narración que hacen estos medios: la amenaza para la libertad en Europa que suponen los ataques terroristas nace de una forma de entender el mundo que está íntimamente relacionada con una interpretación literal y extremista del Corán y con los predicamentos de algunos imanes, ya sea dentro o fuera de nuestras fronteras.
El buenista cree que los actos cometidos en nombre de Alá no deberían suponer una mancha para el islam, y está dispuesto a sortear la realidad con tal de proteger a aquellos que profesan su religión sin violentar a los demás. La justificación es sencilla: no vamos a criminalizar al musulmán por los errores de unos perturbados. Es decir, el buenista está dispuesto a mentir, a ignorar las motivaciones religiosas de unas personas cuyos perfiles no corresponden a los de unos perturbados, sino a los de extremistas cuya ideología les incita a matar.
Por miedo a relacionar a los pacíficos con los violentos, se escriben mentiras que equivalen a decir que el nazismo o el fascismo no son fenómenos puramente occidentales que todavía, aunque en pequeña proporción, permanecen vivos entre nosotros.
2º Mentira: islamofobia.
La segunda mentira se alimenta de la primera. Los distintos mensajes islamófobos no solo se nutren del miedo (a lo desconocido, al islam), sino que son la reacción al discurso buenista, a la negación de la realidad.
Tras cada atentado, no faltan quienes lanzan mensajes contra todos los musulmanes, contra los violentos y radicalizados y contra los que profesan su fe sin entrometerse en la vida de nadie, y se quejan de la inacción de sus políticos y del discurso dominante, que evita hablar de una verdad incómoda: que el yihadismo y el islam están relacionados.
Pero no debemos olvidar que son los islamófobos los primeros dispuestos a recortar las libertades para acabar con una religión que consideran una lacra, sin recordar que occidente ganó su primera batalla hacia la prosperidad cuando obtuvo la libertad de culto.
De esta manera, el musulmán de a pie, el que no se mete con nadie, el que vino a Europa a ganarse la vida y que tiene derecho a defender su forma de vida, se siente rechazado por sus creencias y más solo, más criminalizado, más cerca de ser el caldo de cultivo de los radicales.
Occidente olvida que el musulmán que se limita a vivir su espiritualidad en paz y que evita la violencia, puede ser su aliado para identificar a los violentos y que es fundamental para denunciar a aquellos que totalitariamente no admiten otro tipo de creencias o que incluso violentan a aquellos que viven el islam de forma más laxa o están separándose de él.
De la misma manera que no es admisible ignorar la realidad, precisamente porque un discurso veraz es necesario para luchar contra una amenaza de este estilo, Europa tampoco debe perder sus valores y criminalizar a las personas por su credo. Más bien, debemos condenar y perseguir la violencia. Condenar y perseguir hechos, y no religiones cuyos adeptos en su gran mayoría acatan nuestras normas y no son violentos.