Que no es que no te quiera...

Que no es que no te quiera...

Olivia García Pérez

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A la carrera. No se podía llegar tarde a una cita que prometía ser de las grandes. Íñigo Nagore, consejero de Agricultura en funciones, atraviesa el Espolón móvil en mano. Al cruzarse con un periodista baja el tono. Primera señal. Los redactores se van juntando en el primer tramo de Duquesa de la Vixtoria y comparten rumores. Sólo uno parece confirmado: Pedro Sanz se va. El resto se irán diluyendo en los próximos minutos evidenciando únicamente que las fuentes de unos estaban mejor informadas que las de otros pero que ninguna era lo suficientemente fiable como para reventar la exclusiva.

Al llegar a la puerta de la famosa sede, que además de su contenido se ha hecho también célebre como continente al aparecer en los papeles de Bárcenas, aquello pintaba bastos. Toda la plana mayor del PP se reunía en corrillos, murmuraba y miraba a un lado y otro con cierto recelo. Está por confirmar aún si alguna de esas caras largas escondía sonrisas atravesadas. Pero la tarde no estaba para jaranas. El único con salvoconducto para la risa y la alegría era el maestro de cermonias, que apareció en la sala de prensa a paso ligero y en mangas de camisa.

Que no me echan, que me voy. Que no me dejas, que te dejo yo. Que no es que no te quiera, es que mereces algo mejor. Con esos argumentos se fue hilando una despedida que, por tantas veces anunciada, perdió todo su dramatismo. Tantas veces se había esperado la noticia que cuando por fin vino el lobo, los corderos parecieron no sentir ni frío ni calor. Sin dramas ni aspavientos como si veinte años no fueran nada y la canción llevara razón.

Pero que nadie se engañe porque veinte años pesan. Tanto que no se habla hoy del que vendrá a gobernarnos durante los próximos 48 meses sino del que se va. Del que ha hecho de esta tierra una especie de oasis en el que algunos siempre encuentran agua y a otros se les diluye continuamente en un espejismo. Nadie podrá negarle los veinte años de intenso trabajo ni esa forma de hacer política en la que no le hacía falta hablar para que se supiera lo que decía. Con tanta fuerza que tampoco le hacía falta ordenar porque ello sólo se iba ejecutando ya en un compás casi mecánico de redes y engranajes tejidas a lo largo de cinco legislaturas.

Tranquilizó a las masas afirmando estar contento y amenazó con muchos años todavía al frente de su partido. Y después, el silencio. Los periodistas iban saliendo de la sede como sin rumbo fijo, como si no hubiera prisa por contar una noticia que no terminaba de parecer real. Se vivió entonces ese instante efímero en el que uno es poseedor de la información y mira perplejo cómo la gente pasea por la calle ajena a todo, como si nada en La Rioja hubiera cambiado. Y es que, quién siga diciendo que no ha habido cambios tras las últimas elecciones es porque no se ha pasado por las instituciones ni las sedes de los partidos. Puede que la esencia sigue igual, pero un cambio en las formas comienza a hacerse evidente.

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