El recogimiento y el sentimiento contagiaron la calle

El recogimiento y el sentimiento contagiaron la calle

Rioja2

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Con una puntualidad exacta y con un silencio mágico, daba comienzo la procesión de la Cofradía de la Santa Cruz de los Hermanos Maristas. Era un buen presagio, para lo que efectivamente sucedió durante toda la noche.

El recogimiento y el fervor que emanaban los Maristas en todas sus secciones, y la belleza y sentimiento que impregnan sus imágenes del Stabat Mater (Santo Cristo de la Agonía y Nuestra Buena Madre) y Nuestra Señora del Rosario en sus misterios dolorosos, calaban en la multitud de gentío que abarrotaba la calle.

Tres momentos fueron especialmente emotivos. El primero en la Plaza del Mercado, donde las tres cofradías que residen en la Concatedral esperaban en la “puerta de los ángeles” con sus estandartes para realizar los saludos e intercambios de flores. Cabe destacar que la cofradía de la Soledad que celebra su 50º aniversario, regaló además un cuadro con la foto de la “Virgen de la Soledad”, que se colocó sobre el paso de la “Virgen del Rosario” donde procesionó. Seguido el emotivo toque de “Oración” por todos los difuntos.

El segundo fue en la confluencia de la calle Mayor y travesía de Santiago. Este año no sólo estaba la junta de gobierno de la Cofradía del Nazareno con su estandarte esperando al saludo protocolario, al final de la calle y con las puertas de la parroquia de Santiago abiertas de par en par, se podía contemplar el paso de Jesús Nazareno, solemne. Al llegar el paso del Stabat Mater, giro para quedarse “mirando” hacia el Nazareno. La Virgen del Rosario no podía verlo, pero le sentía. El silencio fue roto por una noble voz que cantaba la “saeta” de Serrat, mientras el “Stabat Mater” y la “Virgen del Rosario” se mecían al compás…bonito, sobrio, serio.

El tercero se producía al final de la calle mayor. El silencio que había en la calle, la majestuosidad de un paso rozando los balcones subiendo a ritmo lento, la cara del Cristo de la Agonía mirando a los devotos que le esperaban en los balcones, y mientras, a sus pies, la Virgen su Madre, nuestra Buena Madre, miraba con lágrima contenida a todos los que estábamos en la calle y nos entregaba a su hijo, clavado en la cruz, para salvarnos. Por detrás caminando con su tristeza, acompañando a su hijo, la Virgen del Rosario. Subía al unísono, subía al mismo ritmo que su hijo. Impresionante…grandes esos portadores, grandísimas esas portadoras.

Como colofón en la Plaza de San Agustín, las bandas de la cofradía y la banda de Murillo, tras su buen hacer durante la procesión, pusieron un punto final excelente. El silencio y la seriedad que había impregnado la calle, continuó hasta que el último de los cofrades se recogió.

Mientras por las calles adyacentes a la parroquia de Santa Teresita, la Cofradía de la Flagelación procesionaba y rendía honores a sus difuntos.

Para no perder la costumbre, las calles estaban abarrotadas de fieles que esperaban contemplar, ver y rezar,…a su Jesús flagelado. Fieles, que son un valor y un “patrimonio” con el que la cofradía cuenta, que sin duda es un buen acicate para desfilar orgulloso y querido.

Estuvieron acompañados por la banda de la cofradía de Jesús Nazareno de Logroño, hermanados desde hace unos años.

El vía crucis fue rezado un fervor propio de Semana Santa, que contagiaba a los presentes a unirse, casi de forma mística emulando a Santa Teresa en el 500º aniversario de su nacimiento, y que Santa Teresita por supuesto también hacía, a través de la oración.

En definitiva, un Martes Santo marcado por el sentimiento, el recogimiento y la oración.

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