La rabieta es indicativa de un niño sano

La rabieta es indicativa de un niño sano

Laura Olave

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Ocho y media de la mañana, media hora para llegar a la guardería y 40 minutos para coger el autobús e ir al trabajo. Todo calculcado pero, de repente, una inoportuna rabieta echa al traste todo el planning. Esa camiseta que hoy no le gusta, o cualquier otro motivo, genera una serie de acontecimientos en cadena que, finalmente, hace que perdamos la paciencia y lleguemos tarde a todos los sitios. Es el día a día de muchos padres con niños pequeños, padres que tienen que hacer frente a las rabietas de sus hijos.

Laura Perales Bermejo es mamá y psicóloga infantil especializada en prevención y su enfoque engloba la Psicología Reichiana, la Teoría del Apego y la Psicología Humanista. Su trabajo, cuenta, es mucho más que eso. “Además de un trabajo es la comprensión de la necesidad del cambio en el trato a la infancia para cambiar el mundo, que es lo que intento transmitir a familias y educadores”.

Vivimos en una sociedad en la que muchas veces, explica, lo que es entendido como un problema de comportamiento en un niño es simplemente el grito de un niño sano que, por supuesto, no se adapta a una sociedad enferma. “A veces no hace falta más que comprender eso para que el problema deje de ser tal y se pase al abordaje del cambio o al menos la comprensión de la situación desde los ojos de ese niño y lo que entiende en la etapa evolutiva en la que se encuentra”.

Charlamos con ella para saber qué hacer y cómo actuar ante las rabietas de los más pequeños. Y los interesados en conocer más detalles sobre este asunto, aún pueden apuntarse al taller para el manejo respetuoso de rabietas en el Centro de Fisioterapia Javier Rodríguez Latorre que Laura Perales ofrece mañana domingo llamando al teléfono 626 686 851 en la calle Huesca 12.

¿Hay una edad de comienzo de las rabietas?

Lo que se conoce como rabieta es la expresión de una emoción en concreto, la rabia. Es enfadarse, ni más ni menos, sólo que utilizamos un término despectivo para referirnos al enfado infantil, porque a nosotros nos incomoda. Emociones sentimos desde el primer momento, pero si es cierto que hay fases concretas en las que los niños lo muestran más. Entre los 2 y los 4 años (más o menos) se da una de esas etapas, que además se caracteriza por varios puntos. El niño está en pleno desarrollo del cerebro límbico, que se corresponde con lo emocional, con lo cual el daño en esta etapa incide en el mismo, condicionando su emocionalidad de por vida. Por eso es muy importante, entre otros temas, cómo abordamos las rabietas. Además, las emociones infantiles son diferentes a las nuestras. Son puras, intensas, del aquí y ahora. El típico niño que llora y al segundo se ríe. Ese niño no “tiene mucho cuento” estaba sintiendo ambas emociones en su momento.

El niño es incapaz de manipular hasta que no se desarrolla su cerebro superior, lo cortical. Este desarrollo no tiene lugar hasta los 3-5 años, por lo que debemos tener en cuenta que los niños no están en ninguna lucha de poder, ni quieren engañarnos, ni lloran para conseguir nada. Engañar, manipular, sentir empatía y, en definitiva, ser capaces de entender que hay un otro, no son capacidades que puedan tener antes de esa edad, son capacidades cognitivas de tipo superior que van ligadas al desarrollo cortical. Un ejemplo muy claro es el de un bebé que llora. Siempre hay que atender a un bebé que llora, nunca se niegan los abrazos y el cariño. El bebé llora por instinto, por supervivencia, no para manipular a nadie, y no atenderle trae consecuencias psicológicas.

La etapa en la que están hasta los 3 años se denomina etapa egocéntrica. Se llama así porque el niño, al no entender que hay un otro y encontrarse inmerso en el proceso de formación del yo, percibe que todo gira alrededor suyo, es la etapa del mío, del no, del yo. Es una etapa natural y sana. Es más, la etapa de las rabietas tiene que ver con la reafirmación y con esa formación del yo, que es importantísima para su desarrollo y debe ser respetada. Si no se forma mi yo, nunca entenderé que hay otros en contraposición.

Tras esta edad, hay otra fase de expresión de rabia que destaca, que es la de los 7 años, en la que empiezan a bajarnos del pedestal y a percibirnos como imperfectos. Y, por supuesto, la adolescencia, etapa en la que vuelve a predominar lo emocional y en la que tenemos una segunda oportunidad para compensar todo aquello que ocurrió en el pasado, facilitando la cercanía emocional cuando el adolescente la necesita y a la vez la libertad que requiere.

¿Cómo se pueden gestionar las rabietas?

Se escucha mucho que hay que ayudar a los niños a gestionar la rabia. Esto es la traducción de que nosotros los adultos no podemos soportar su rabia y queremos que no la exprese. El niño no tiene que aprender a gestionar nada, las emociones se expresan y deben ser acogidas por igual. Nadie enseña a gestionar la alegría. Somos los adultos los que tenemos que gestionar lo que hacemos cuando se produce una rabieta, porque, por lo general, tendemos a descargar nuestra tensión y rechazo en el niño, teniendo nosotros la rabieta. En general, los adultos somos los que tenemos baja tolerancia a la frustración.

¿En qué situaciones se suelen producir?

¿En qué situaciones nos enfadamos los adultos? Cuando nos hacen algo, cuando estamos cansados, cuando estamos afectados por algo, cuando estamos enfermos, cuando algo nos frustra…pasa exactamente igual con los niños. Todas estas cosas debemos tenerlas en cuenta para ponernos en su lugar.

De hecho, la principal fuente de rabietas somos nosotros, los adultos, las provocamos sin darnos cuenta. Somos muy incoherentes. Por poner un ejemplo, es habitual ver a padres tomando cervezas y tapas mientras le dicen al niño que no puede comer nada hasta la hora de comer. Y cuando el niño se enfada, encima es malo por enfadarse. ¿No sería más coherente que si sabemos que al niño le cuesta comer si ha comido algo antes de hora nosotros también evitemos hacerlo? El ejemplo tiene muchísimo peso.

Otra fuente importante de rabietas es el desconocimiento de lo que entiende o pretende un niño a la edad en la que se encuentra. Por ejemplo con el eterno “hay que compartir”. Como he comentado antes, un niño antes de los 3 años no entiende que hay un otro. Por lo tanto no entiende que hay que compartir, y esto se convierte en algo que genera tensión y rabia. En la fase egocéntrica todo es suyo y no podemos pretender que entienda otra cosa.

¿Cómo podemos gestionar las rabietas de los niños? ¿Se podrían evitar?

Esta es la clave. No pasa nada porque haya rabietas. La rabieta es indicativa de un niño sano. Cuando me hablan de niños que no tienen rabietas, de bebés que no lloran, de niños “buenos”, en mi cabeza salta una alarma. Algo les ha pasado ya a esos niños, no están bien.

Queremos evitar el conflicto a toda costa, porque es lo que nosotros hemos vivido en nuestras infancias: el conflicto es malo, la rabia es mala, no me quieren cuando me enfado, debo sentirme culpable y no expresar lo que siento. Nos han enseñado a sentirnos mal ante la rabia y por eso la reprimimos en nuestros hijos, perpetuando el círculo generación tras generación. Pero el conflicto no es malo, también se puede crecer, o resolverse. De hecho, cada rabieta es una oportunidad única en el desarrollo emocional de nuestros hijos. Y en el nuestro.

Para evitar la rabieta, además, hacemos cosas que no deberíamos hacer, como darles chucherías para que se callen o comprarles todo lo que desean. Si les compramos algo, que sea porque queremos hacerlo o porque nosotros nos estamos comprando cosas y no queremos que el niño se sienta de menor importancia, porque queremos ser coherentes, pero no para acallar la rabia porque a nosotros nos produce rechazo.

Por lo tanto no nos centramos en que no haya rabietas, sino en lo que hacemos cuando estas se producen: acompañar. Hacemos exactamente lo que nos gustaría que nos hiciesen a nosotros cuando estamos enfadados y se lo expresamos a la persona más cercana emocionalmente. Imaginemos por un momento que llegamos a casa enfadados del trabajo y le contamos a nuestra pareja lo enfadados que estamos con nuestro jefe. Y su respuesta es del tipo “cuando te calmes vienes y me lo cuentas”, “vete a pensar”, “menuda tontería”, etc. ¿Cómo nos sentiríamos? No muy bien, ¿verdad? Pues es más intenso aun en el caso de los niños, debido al momento de desarrollo emocional y a que nosotros somos sus padres.

Acompañar consiste en verbalizar lo que el niño siente (“estás enfadado”), ponernos a su altura mirándole a los ojos, ofrecerle nuestra cercanía y nuestro abrazo si lo desea. Y si no lo desea, decirle que cuando quiera estamos ahí, cerca y disponibles. Que les queremos. Esto no quiere decir que la rabieta cese, aunque por lo general al menos se atenúa, pero el objetivo no es ese, no queremos evitarla. Queremos que nuestro hijo se desarrolle sano.

En cualquier caso, ¿qué no hay que hacer ante una rabieta?

Ni reprimirla, ni ignorarla, ni castigar, ni ridiculizarla, ni minimizarla, ni tirar de chantaje emocional con “a que me enfado yo” o “cuando te enfadas no te quiero”, etc. Todos esos modos de actuar dañan psicológicamente al niño, le hacen sentirse culpable por sentir, le hacen interiorizar ese pánico al conflicto, perpetúan el círculo. Una emoción que no se expresa no desaparece, se acumula, se magnifica y luego sale por otro lugar, seguramente en forma de patologías. De hecho, la estructura psicológica predominante en la sociedad es la border line, y tiene mucho que ver con esto. Somos ollas a presión llenas de rabia con máscaras de buen vecino, máscaras que se gestaron en nuestra infancia para agradar a nuestros padres.

Todo lo que amamos lo odiamos también. Cuando queremos a una persona a veces la odiamos, a veces nos enfadamos con ella, pero eso no quiere decir que dejemos de quererla ni que neguemos su totalidad. Es importante que los niños vean que no nos asusta su odio hacia nosotros, que esa ambivalencia no les desborde y les dañe. Tienen derecho a enfadarse, como todos.

¿Estamos los padres preparados para entender las emociones infantiles?

Los padres somos víctimas de nuestras crianzas, así como nuestros padres lo fueron de las suyas. Lo que hemos vivido va a condicionar de manera inconsciente lo que hagamos con nuestros hijos (y con nosotros). Por eso es esencial que los padres hagan terapia antes de serlo o al menos cuanto antes. No podemos dominar el inconsciente, haremos cosas que no nos gustan, cosas que nos pasaron a nosotros. Es de gran ayuda leer, acudir a talleres, a los círculos de familias…pero sobre todo lo que más ayuda es la terapia. Por supuesto, todo aquel que trabaje con niños también debería hacer un trabajo personal previo, tenemos una gran responsabilidad con esos niños y con la sociedad del futuro.

¿Hay herramientas para que padres e hijos vivamos mejor o podamos afrontar mejor estas situaciones? ¿Cuáles?

Lo primero que debemos tener presente es que siempre debemos ir a la causa, no a tapar el síntoma. Por ejemplo, si mi hijo pega, gracias a ello sé que hay algo que le ocurre. No me centro en el “no se pega” sino en averiguar la causa. Un niño que pega, mientras no sea en defensa propia o de su espacio, no está bien. Y no porque al niño le pase nada, sino porque está sufriendo a causa de algo. Si mi hijo miente, ¿por qué ha necesitado hacerlo? ¿Miedo a que le castigue? ¿Simple fantasía infantil que catalogamos como mentira? Siempre debemos ir a la raíz, igual que en el caso de las rabietas: ¿tiene mi hijo sus necesidades básicas cubiertas? (siendo el cariño y el contacto la más importante) ¿le ha pasado algo? ¿Está cansado o enfermo? ¿Qué necesita?

Si nos centramos en eso y nos olvidamos de la falsa lucha de poder, todos estaremos mucho mejor. Si nos olvidamos de la gente de la calle que observa la rabieta y lo que hacemos, dejando de centrarnos en lo que piensen los demás y poniendo el foco en el que nos necesita, que es nuestro hijo, también será más fácil. Acompañar, de eso se trata. De amor, responsabilidad como padres, de pensar en lo mejor para ellos, no de una guerra insoportable para todos. Si confiamos en los niños, ellos nos van a demostrar que nacemos con bondad innata. Somos los adultos los que les enseñamos, con nuestro ejemplo, a mentir, manipular, a no respetar…La educación en valores no se enseña, se vive. Si respetamos a nuestro hijo, ve que nos respetamos entre nosotros y a los demás, ya no hará falta educarle artificialmente en valores. Están deseando aprender si les dejamos.

Laura Perales escribe además artículos divulgativos que pueden encontrarse en su web www.crianzaautorregulada.com , para ayudar a las familias y proporcionar un contraste a lo que suelen recibir desde la sociedad, que no suele corresponderse con lo sano.

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