Vivir en la calle con dos euros al día

Vivir en la calle con dos euros al día

Olivia García Pérez

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No quería pasar otra Navidad en casa, comiendo y bebiendo en torno a una mesa como si nada estuviera pasando. Sabía que sería una experiencia dura, no solo para el, también para los que dejaba atrás. Le pudo más la conciencia. Con una mochila y mucho valor, se lanzó a la calle para pasar diez días al lado de esas personas anónimas que forman parte del paisaje urbano de las ciudades sin que a veces lleguemos siquiera a percibir su presencia. Bilbao, Ponferrada y Oviedo fueron las paradas en este intenso viaje en el que ha tenido ocasión de sentir en primera persona el frío, el miedo, la desolación y la indiferencia de la gente. Pero también el compañerismo, la solidaridad y las ganas de continuar la lucha hacia todos esos cambios necesarios en esta sociedad. El joven periodista riojano Gonzalo Peña no quiere el aplauso de nadie, solo remover conciencias y hacer que esa persona que nunca se ha comprometido, se pare un minuto a pensar.

¿Cuáles son los motivos que te llevan a tomar esta decisión?

Lo tenía pensado desde septiembre. Sobre todo por motivos de rabia e indignación. Veía cómo la gente pasaba por la calle por delante de personas que tienen necesidades, sin siquiera mirarle a los ojos, cuando realmente son de los nuestros. No tenemos siquiera la decencia de darle los buenos días, preguntarle qué tal está, no es solo el hecho de echarle una moneda. El primer motivo fue el pasotismo y la hipocresía que tenemos y el segundo, la poca decencia que tenemos de compadecernos de los demás sin siquiera hacer nada. Quería contar la historia que no se cuenta, la historia de los invisibles.

¿No se lo contaste a nadie?

No. A nadie. Dejé una nota a mis padres y a mi hermana y mandé un correo a mi compañera y a mis amistades más cercanas. Sabía que, si lo contaba a mi familia, me iban a encerrar en la habitación, y si se lo contaba a mi compañera no me iba a dejar hacerlo solo. Es normal. Parece que en Navidad hay que estar en un estado de felicidad absoluto y parece que si haces algo así eres un loco.

Yo cogí la mochila, que hice la noche anterior, y para adelante. Sentía que era lo que tenía que hacer. Sabía que iba a crear una angustia y una incertidumbre, a pesar de que cada día me ponía en contacto con ellos a través del correo en alguna biblioteca pública, pero sabía que lo tenía que hacer. Primero como periodista y segundo como ciudadano.

No sabía si a la vuelta me iban a dar un abrazo o un tortazo. Les iba contando que estaba bien a través de los mails pero estaban intranquilos. Lo han pasado mal. El regreso fue muy emotivo aunque, por supuesto, tuve que dar cincuenta explicaciones. Han pasado una Navidad difícil, lo entiendo, me puse en la piel de mis padres, pero me pudo más la conciencia de hacerlo.

Un viaje en el que no se necesita maleta...

No me llevé muchas cosas. Sólo una mochila con cinco camisetas, ropa interior, un par de pantalones, dos sudaderas, esterilla y saco de dormir, y lo necesario para el aseo. También cogí un par de libros y un cuaderno para ir anotando las conversaciones y vivencias. No quería sólo hablar con la gente sino vivirlo en mi propia carne. Me llevé 20 euros para diez días. Quería vivir con dos euros diarios, el dinero con el que vive la mitad de la población mundial.

También me llevé una cámara de fotos para documentar la experiencia y música. El hecho de escuchar una canción que te motive o ir silbando por la calle, te da una energía que eleva tu estado de ánimo.

¿Cómo empieza la experiencia? ¿Dónde te llevaron tus primeros pasos?

Dos días antes compré un billete para Bilbao. No quería quedarme en Logroño donde todo el mundo te puede ver. Mi destino final era Galicia, para llegar a reencontrarme con mi compañera que vive allí así que decidí hacer un recorrido por la costa norte. Al llegar a Bilbao empecé a hablar con la gente. La primera persona con la que hablé fue una persona de nacionalidad portuguesa. Enseguida vinieron unos chicos que estaban de merendola de Navidad y nos trajeron unos platos. Lo primero que hice fue compartir una comida con este señor. Me contó que vivía en una casa con su hijo, la pareja de este y sus nietos y se había visto abocado a pedir porque su hijo estaba en paro y no podían pagar la casa.

Dentro de todas esas historias con nombres propio, ¿alguna que te tocase especialmente?

Sin duda, por afinidad de edad, la de un joven de 27 años que conocí en Ponferrada. Era de Lugo y allí había trabajado varios años como camarero. Cuando se quedó en el paro se fue a Ponferrada a probar suerte, después de buscar trabajo se vio obligado a pedir en la calle. Con 27 años, con todo lo que ello implica. No se lo había contado a su familia porque creía que podía salir adelante, no sabía cómo, pero sabía que encontraría una oportunidad. Escuchamos muchos discursos, pero realmente esto es la Marca España, un joven pidiendo en la calle.

Los días en la calle, en pleno mes de diciembre, son largos y duros pero, ¿y las noches?

He dormido en tres sitios diferentes. En Bilbao estuve tres o cuatro días en un cajero. Ahí experimentas el miedo. Es el frío, el no poder dormir, el pensar que puede pasar algo y nadie se va a enterar. Estás en permanente alerta de quién puede venir, cómo puede reaccionar. La primera noche fue sin duda el momento más duro. Empecé a pensar si podría aguantar así. Luego piensas, no te puedes quejar, es una experiencia que has elegido. Hay mucha gente que vive así por obligación. Luego vas aprendiendo a desenvolverte.

En Oviedo estuve en un centro de acogida donde además tuve la oportunidad de pasar la Nochebuena y la Navidad. Fue lo mejor del viaje. Una experiencia totalmente inolvidable. Fue compartir con la gente que no tiene casi nada y mantener muchas conversaciones que te llevan a poner los pies en el suelo para seguir adelante en la lucha para quitar privilegios a los de arriba y dárselos a los de abajo. Encontré la sensación que hay que vivir en Navidad, no solo comer y beber en torno a una mesa sino compartir, relacionarse de una forma íntima con personas que no conoces de nada.

En Ponferrada pasé dos noches en un albergue de peregrinos. Yo ya había hecho el Camino de Santiago pero al estar allí volví a contagiarme un poco de ese espíritu de superación.

Cuándo entrabas en contacto con la gente, ¿contabas tu historia real?

Para entrar en el centro de acogida tuve que mentir, no podía decir que era periodista viviendo esta experiencia. En general intentaba mentir lo menos posible. Conté que vivía en Bilbao con un compañero, que nos quedamos en paro, y yo había decidido volver a Galicia con mi familia. En el centro de Oviedo me preguntaron por los estudios y les dije que tenía Licenciatura en Periodismo pero que mi historia era esa. A los residentes si les conté que era periodista y les dije que algún día escribiría sobre ellos. Lo recibieron todos de muy buen grado diciendo ‘con que no nos pongas mal es suficiente’.

Hice muchas conexiones fuertes con la gente, pero sabía que no podía ir más allá. Incluso me pidieron algunos el facebook y sabía que no podía hacerlo, no podía empatizar así.

¿Llegaste a pedir dinero?

Para desplazarme necesitaba dinero. Le pedí al conductor del autobús que me dejara montar si le sobraba alguna plaza. Nada. Tuve que pedir dinero, lo justo para el viaje, me parecía obsceno pedir más con la necesidad que veía en la calle, una mujer incluso me daba más de lo que necesitaba y le dije que no. En mi cartel pedía el dinero justo y decía que no quería caridad sino derechos.

La comida me apañaba más o menos con los dos euros diarios que tenía. Estuve también en comedores sociales y en el centro de Oviedo nos daban comida. También hice la prueba de ponerme con un cartel poniendo que no quería dinero sino comida. La gente pasaba, me miraba, se quedaba impresionada, veían lo joven que era y se quedaban más impresionados aun. Y seguían adelante. Te das cuenta de la implicación que tenemos para cambiar el mundo. Después de más de dos horas se acercaron un par de chicas de unos 16 años a traerme comida.

¿Qué sensaciones has tenido?

Físicamente los despertares eran duros. Sobre todo cuando duermes en el suelo. Sientes un dolor en las costillas que sientes como la marca de lo que está pasando. Emocionalmente sientes una especie de bipolaridad sabiendo que es la situación que viven a diario millones de personas mientras otros se ven rodeados de billetes. Es la tristeza más profunda pero que te sigue impulsando a seguir adelante. Tiene que ser una exigencia colectiva. No vale esa filosofía de “yo no me muevo hasta que no me toque”. Creo que el mensaje debe ser otro: “como no hagas nada te puede tocar a ti y entonces no habrá nadie que te salve”.

¿Y ahora qué?

Yo soy una persona implicada en diferentes movimientos sociales y políticos. Veía y veo que estamos repitiendo las mismas acciones una y otra vez sin conseguir un gran cambio, en parte porque la sociedad es de cambios lentos. Sabía que necesitaba hacer otro tipo de análisis para poner un espejo a la sociedad y hacer ver a la gente que no es lo que nos están contando, que la realidad de la calle es otra. La impotencia y la frustración la sientes muchas veces. Con esto lo que quería es hacer ese análisis que me permitiera seguir en movimiento, no sumirme más en el fango. Es algo muy muy duro lo que he vivido, pero hay que denunciarlo y exigirlo.

Me gustaría plasmar la experiencia en un libro. Tengo muchas páginas con notas y muchas cosas que contar. Solo busco incidir en el imaginario colectivo, en las conciencias de la gente. El individualismo no tiene cabida en esta sociedad.

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