Superar la desconfianza

Superar la desconfianza

Rioja2

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La larga y profunda crisis económica ha reducido la independencia de los medios de comunicación hasta límites no conocidos en las últimas décadas. De distinta manera: en unos casos han sido los poderes económicos los que a través del capital, las deudas o la publicidad han reducido su margen de maniobra; en otros, son los poderes políticos o los religiosos. Hemos vuelto, como en un lamentable bucle, a los poderes fácticos de antaño. Aunque en los primeros años del siglo XXI no sean los mismos que en los setenta u ochenta del siglo pasado.

Los medios de comunicación, en general, han adelgazado sus plantillas como efecto de esa misma crisis, lo que significa, también, menos independencia. Apenas hay trabajo asalariado en las plantillas de los mismos. Ello lo saben los profesionales con muchos o pocos años de experiencia, que saben que si salen no volverán a entrar, y las decenas de miles de estudiantes de periodismo que, a pesar de tener las puertas cerradas, perseveran porque el periodismo es una vocación demasiado fuerte. Se han multiplicado las labores de emprendimiento o de autoempleo para derribar las murallas. En los sitios de estudio más avanzados del periodismo, los talleres y seminarios de emprendimiento que enseñan a hacer planes de negocio para iniciativas humildes, se han convertido en imprescindibles.

En este contexto ya no hay debate alguno de soportes: entre lo digital y lo analógico, entre la red y el papel. Lo digital, la red, ya no son el futuro sino casi el único presente. “Casi”, pero no el único futuro. En unos grupos lo uno es lo complementario de lo segundo; en otros, al revés. Lo que todavía se discute es si las reglas del juego, las normas deontológicas, los procedimientos profesionales deben ser los mismos. En mi opinión sí, sin ninguna duda. La inmediatez, la continuidad, hacen el trabajo más difícil, más arduo, pero si ello significa reducir la calidad del periodismo, estaremos condenando a muerte a lo que de nuevo nazca. Esa calidad, la tendencia a la independencia, la sustitución de la autocensura por el riesgo de informar son las únicas condiciones que evitarán que la gente, los ciudadanos, confunda al periodismo con el 'establishment', como ocurre tantas veces ahora. Si nuestras audiencias potenciales siguen considerando a los medios y a los periodistas (muchas veces, además, proletarizados por su sueldo) parte de las élites extractivas, esto se habrá acabado.

No se podrá vincular de modo indeleble al periodismo con la democracia. Y no se podrá repetir la definición más hermosa del primero (periodismo es proporcionar al ciudadano la información que necesita para ser libre y capaz de gobernarse a sí mismo), que es la que estimuló nuestra vocación y lo que nos ha hecho movernos en esta vida.

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