Las rosas inundan Oslo

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Continúa la ofrenda floral, silenciosa y constante al compás de las noticias que se van conociendo acerca del ultraderechista que rompió con la calma del pueblo nórdico. Breivik ha ingresado en una prisión al oeste de Oslo, mientras sus abogados y la policía determinan las circunstancias del doble atentado ocurrido el pasado viernes.

También se van conociendo detalles, historias familiares de jóvenes noruegos que disfrutaban de unas jornadas de ocio y política, ambas también conjugan aquí, junto a miembros y amigos del partido socialista del país. Las costumbres tan distintas a las nuestras también quedan marcadas en el ámbito de lo político, pues no es extraño que abiertamente los adolescentes se inicien a edades tempranas y pasen sus vacaciones junto a sus compañeros de filas.

Pero, por encima de cada historia y de la reconstrucción del atentado queda Oslo, una capital nacional, que bien podría ser al modo de una pequeña capital de provincia española con barrios diseminados por la periferia entre áreas boscosas y zonas residenciales en las que, incluso más que en su vecina Suecia, se cumple el concepto IKEA de convivencia y filosofía de vida.

Ahora, después de 24 horas de duelo, más de 150.000 rosas inundan el puerto de la ciudad, habitualmente poblado de turistas y de jóvenes que acuden a tomar una cerveza con vistas al espectacular fiordo que acoge la capital noruega. Sobre su entarimado de madera y escasos metros del edificio que alberga el Nobel de la Paz se depositan rosas sin cesar a un ritmo pausado. Flores que han formado una alfombra de homenajes por parte de los turistas que aprovechan el corto período estival para visitar el país como primera parada antes de subir de latitud hasta Bergen o Trondheim. Por los cuatro costados de Oslo se mantiene, bajo una atenta y poco frecuente presencia policial, la circulación de ciudadanos camino del ceremonial.

Los noruegos, rosa en mano, que se han acercado al centro de la ciudad, a veces desde otros puntos del país (y no es fácil cubrir distancias allí) defienden su fama de sociedad abierta y respetuosa. Aseguran que se han ganado a pulso su espíritu pacifista y así pretenden mantenerlo en la concentración más multitudinaria y prolongada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

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