Bélgica estudia un cambio constitucional para acabar con el desgobierno

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Es el centro político y capital de la Unión Europea, representa la unidad de los Veintisiete, pero Bélgica vive dividido. Lo ha hecho históricamente dividido entre dos comunidades, flamencos y valones que convergen en Bruselas. Se ha dicho en numerosas ocasiones que la capital belga es lo que mantiene unido al país, porque ninguna de las dos regiones renunciará a la ciudad.

Bélgica vive habitualmente en una irrealidad de país marcado por tantas diferencias o más que las que podamos encontrar a veces entre naciones vecinas dentro de la Unión Europa. Sus ciudadanos hablan distintos idiomas, pertenecen a realidad políticas y económicas distintas. En otras palabras, conviven. Y eso es lo que se ha puesto de relieve en el último año tras vencer en las elecciones de 2010, Nueva Alianza Flamenca, un partido independentista que se alzó con el 30% de los votos en Flandes.

Bélgica tiene que alcanzar un acuerdo para seguir y salir adelante.Nadie quiere convocar elecciones nuevamente, porque todos los sondeos indican que se volvería a repetir la misma situación salida de las urnas hace ahora algo más de un año. Por tanto, sentados a debatir sobre este asunto que ya se ha enquistado, algunos empiezan a proponer una nueva reforma constitucional, que sería la sexta desde la que se aprobó en 1970. Y es que, como reconoce el socialista belga francófono Elio di Rupo, los belgas no comparten nada. Entre valones y flamencos ni la lengua ni los medios de comunicación son los mismos. Únicamente, Bruselas les une en una suerte de punto de encuentro en Flandes.

Este socialista balón, séptima persona a la que acude el rey Alberto para dar salida a la crisis, propone reformar el Estado de modo que la periferia tenga un mayor peso en él en cuanto a fondos y competencias. Así, Bruselas dejaría de ser el centro del conflicto entre valones y flamencos.

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