El cuerpo de las mujeres como arma de guerra

Rioja2

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Lo dijo la escritora inglesa Virginia Woolf. “Me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantos poemas escribió sin firmarlos, era a menudo una mujer”.

Y una vez más, esa afirmación se confirma. “Una mujer en Berlín” (Editorial Anagrama) es una obra anónima. Su autora esconde su nombre para mostrar sin escrúpulos ni autocensuras la violencia que sufren las mujeres en la guerra. El libro da cuenta de una humillación colectiva silenciada, la que ocurrió durante el asedio soviético en el Berlín de 1945. Ocurrió entonces y ha seguido ocurriendo en otros muchos lugares: en Corea, en la ex-Yugoslavia, en el antiguo Zaire… Y estará ocurriendo ahora mismo en Libia. En todas partes y en todas las épocas sin excepción.

Violar a las mujeres es un arma de destrucción masiva que no conoce especificidades culturales. En el lenguaje que entienden a la perfección los guerreros de todos los bandos las mujeres son el botín que proclama la absoluta subyugación, el cuerpo femenino como último territorio del enemigo derrotado.

Sorprende en este libro la voz clarividente de su autora, carente de la más mínima autocompasión. Una escritura transparente y racional en el escenario de la sinrazón, que pone orden al caos y quizá salva a la propia narradora de la devastación personal. Las palabras cosen bulímicamente las heridas y la vuelta al orden doméstico traza el itinerario de la construcción después de la guerra: hacer un café de malta, ir a por agua, limpiar la casa. Pequeños actos femeninos sin importancia que anuncian la vuelta a una vida que nunca volverá a ser igual porque se reconstruye desde el silencio.

El dolor y la humillación de las mujeres en las guerras no han sido recogidos en los anales de la Historia. Las mujeres carecen de historia porque su voz y su dolor han sido silenciados. Poner palabras y testimonios a ese silencio es un deber colectivo y civilizador. En los libros, en los telediarios, en las familias, en las escuelas.

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