Más de un centenar personas sin hogar residen en Logroño

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Logroño es una ciudad pequeña, pero en la que problemas sociales como el sinhogarismo también se ven representados. Durante el año 2010, más de 4.000 personas fueron identificadas como sin hogar en esta ciudad, teniendo en cuenta a las asentadas y a los transeúntes, una de las cifras más altas de la década, de las cuales, la gran mayoría fueron hombres y algo menos de la mitad, españoles. A lo largo de los últimos diez años, se han ido manteniendo ciertos rasgos en la población de personas sin hogar de Logroño, como una mayoría inmigrante –sobre todo de países del Magreb- en una proporción aproximada de 60% frente al 40% de españoles y una clara mayoría masculina. Otros rasgos han cambiado, como el hecho de que las drogas vayan ganando terreno al alcohol, en una población de sin techo que tiende a hacerse más joven.

El paradigma de la exclusión

Las personas sin hogar son la nada dentro del todo, son la fisura que viene a recordarnos que nuestra estructura social, calidad de vida, bienestar social… por sólidos que a veces puedan parecernos, tienen fallos. Esta forma de exclusión social, quizá la más flagrante, se adapta a las peculiaridades de La Rioja, de Logroño, y nos habla de temporeros que tras la vendimia se encuentran fuera de su lugar de origen, sin trabajo y sin recursos y de una población fija de personas sin techo, más de un centenar, conocidos e identificados por los educadores sociales, por aquello de la cercanía y las cortas distancias de las pequeñas ciudades como ésta.

Se habla de 30.000 personas sin hogar en toda España, de 3.000 en Madrid, casi 2.000 en Barcelona, 1.100 en Valencia, 400 en Zaragoza… para hacer soportable esta realidad al resto de la ciudadanía, cada vez más se tiende a hacer un conveniente lavado de cara a los núcleos urbanos: las plazas se hacen cada vez más diáfanas, van desapareciendo bancos, marquesinas de autobuses… en resumidas cuentas, se evita la posibilidad de que estas personas se queden.

Y efectivamente, en Logroño no se quedan, la mayor parte de las personas sin hogar que residen permanentemente en esta ciudad se refugian en chabolas y edificios industriales, fuera del centro urbano. Esta ausencia reduce, erróneamente, nuestra idea del conjunto de las personas sin hogar a la imagen del mendigo. La realidad es que ni todos los mendigos carecen de hogar, ni todas las personas sin hogar viven de la mendicidad.

La historia de los invisibles

¿Cómo definir entonces a una persona sin hogar? El hecho de que una persona llegue a una situación tan extrema como ésta no se debe a un solo motivo, si no a un largo y duro proceso. A menudo, una serie de traumas sufridos en un corto espacio de tiempo, quizá lo que al resto de personas les ocurre en toda una vida, pérdida del trabajo, de las relaciones familiares, enfermedades graves… les impiden continuar con una vida normalizada para arrastrarles a una espiral de exclusión de la que es difícil salir.

Una persona sin hogar no es solo aquella que no posee un alojamiento, también suele ser un ser aislado, que carece de una red social fuerte. El consumo habitual de alcohol y otras drogas, el miedo a ser robados, atacados, son circunstancias que no hacen más que agravar esta situación de aislamiento. Además, la vida a la intemperie degrada gravemente la salud y puede, especialmente en invierno, llegar a segar vidas. Agresiones, frío, incendios, etc. acabaron con la vida de más de 50 personas sin hogar en el año 2010 en este país.

Evitar el frío en Logroño

En los meses más duros, de diciembre a marzo, el Ayuntamiento pone en marcha todos los recursos a su alcance para tratar de que nadie duerma a la intemperie. Además de abrir al máximo la capacidad del Albergue Municipal, habilita un centro con 26 plazas en la Estrella que Cáritas cede para este fin y en el que solo se exige el cumplimento de normas muy básicas. También de baja exigencia, abierto a todo aquel que quiere acercarse a lo largo de todo el año, encontramos el Centro de atención para personas que viven permanentemente en la calle, perteneciente al Proyecto Alasca.

Quizá lo que más llama la atención de este proyecto es su centro de día, pensado como un lugar para estar, para sentirse a gusto, algo de lo que sin duda carecen esas más de cien personas que habitan nuestras calles. La puerta está abierta, y la exigencia es mínima: si lo desean, pueden acceder al centro con sus animales y todas sus pertenencias. También bajo los efectos del alcohol u otras drogas. Los únicos requisitos son respetar a los demás y no consumir una vez dentro.

Las plazas nocturnas de este centro están destinadas a las personas que viven en las calles permanentemente y que, por motivos de salud, avanzada edad… solicitan dormir bajo cubierto. Cuando los habituales del centro se desintoxican y comienzan a recuperar sus habilidades sociales, cuando van quemando etapas, ellos mismo quieren pasar al Centro Municipal de Acogida, que tiene una mayor exigencia, pero les permitirá tener menor contacto con personas con problemas de consumo y no dormir en hamacas o en el suelo.

Sin embargo, ese proceso de recuperación no es fácil, se trabaja con gente que, a base de meses, incluso años en la calle, ha ido perdiendo sus habilidades para desenvolverse en sociedad. Desde estos centros se organizan salidas culturales, talleres, que reintegren a estas personas en el bullicio y la vida de la ciudad… sin embargo, explica Diego, educador de calle de Alasca, ‘’no todos quieren participar, ya que eso supone dejar de ir a pedir a la Gran Vía, o hacer algún pequeño trabajo puntual, y por lo tanto, perder esos pequeños ingresos’’. A pesar de las dificultades, afirma, ‘’aproximadamente el 40% de los casos registran evoluciones favorables’’.

Más que números, personas

En este heterogéneo grupo que conforman las personas sin hogar de Logroño encontramos diferentes historias, gente de diferentes edades, procedencias, sexo… eso sí, todos comparten vivencias duras de las que a veces quieren hablar, y otras veces, no. Tamara, una mujer de cuarenta años, nacida en Pamplona, y que está pasando el invierno entre el Centro del barrio de La Estrella y el centro de día situado en el casco antiguo, se pregunta cómo no beber ahora, si desde la infancia ha podido hacerlo en familia y cómo afrontar la búsqueda de empleo con estos problemas de consumo a los que hay que sumar la dificultades que nos regala esta crisis que parece no tener fin. Sin embargo, Tamara se siente capaz de ‘’hacer una comida o limpiar una casa’’ ya que a lo largo de su vida ha hecho esto y mucho más.

Ha trabajado, ha tenido diferentes parejas, ha pasado por Proyecto Hombre, por Reto… ha cambiado de residencia, de ciudad, sin embargo afirma que ‘’en la calle, en un cajero, nunca he estado’’. Una vida de idas y venidas, de desencuentros… las rupturas familiares, como en tantos otros casos, han marcado, entre otros factores, su actual situación.

Jimmy, lleva 19 años en Logroño y más de 40 en España, sin embargo, afirma, si pudiera volvería a su país. Llegó buscando trabajo, ahora está enfermo y no tiene familia. Cuando dejó de trabajar, explica, perdió su casa y empezó a vivir en casas abandonadas acompañado sólo de su perro. Hace siete años que vive haciendo uso de los recursos municipales.

Camino de una vida normalizada

El Albergue Municipal o Centro Municipal de Acogida, está pensado para otro tipo de perfiles. Su exigencia, explica Oiane Ruiz, su coordinadora, es mayor a la del proyecto Alasca. Además de cumplir unas reglas de higiene y convivencia mínimos, las personas que hagan uso de estos recursos, no pueden hacerlo bajo los efectos del alcohol u otras sustancias. Oiane explica que los usuarios de este centro están en vías de pasar a una vida más normalizada, de abandonar los consumos, buscar un trabajo, entrar en contacto con la familia…

El centro cuenta con veintiocho plazas para personas de paso, que están en Logroño haciendo trámites o a la espera de cambiar de localidad para buscar un empleo, etc. Al parecer, la crisis económica ha persuadido en los últimos tiempos a parte de estos transeúntes, que quizá ya no se arriesgan tanto a salir del lugar en el que están asentados para probar suerte en otros sitios si no saben a que atenerse. El resto de las plazas están destinadas a largas estancias.

Uno de estos usuarios de larga estancia, que prefiere no desvelar su identidad, explica cómo, desde su llegada, siempre se ha sentido integrado en el centro, y a gusto tanto con compañeros como con profesionales. En él quedan reflejados esos apoyos a los que el Albergue destina grandes esfuerzos: acompañar en ese proceso de normalización, de salida al mundo laboral, reintegración en sociedad, abandono de los consumos… en definitiva, ir rehaciendo todo eso que se deshizo un día en la vida de estas personas.

En el caso de este usuario, que llegó a La Rioja hace ya más de veinte años para trabajar en la vendimia, una vida itinerante en busca de recursos, un divorcio, una familia lejos, problemas de salud y abusos no escandalosos pero si recurrentes al alcohol, le han llevado a buscar este tipo de recursos en diferentes momentos de su vida. Actualmente, lleva cuatro meses en el Albergue y está a la espera de recuperarse completamente para regresar a una vida normalizada, a la que confía volver pronto: ‘’se que con mis bajos ingresos tendré que apretarme el cinturón, pero podré vivir con lo que tengo, pedir es muy fácil, es dinero que viene rápido pero también se va rápido, no volvería a esa vida, tabaco, copas… cuando tienes problemas sí te da por el alcohol, crees que bebiendo se te van a olvidar, pero al día siguiente te despiertas igual.’’

La confianza en que se va a salir de esta situación, y sobre todo querer hacerlo, resulta fundamental a la hora de cumplir objetivos. Sin embargo, el ahínco no es suficiente. “Haría falta un paso intermedio entre el Centro municipal de acogida y el vacío”, afirma Diego, que ve la cuesta arriba a la que se enfrentan estas personas una vez se alejan de los recursos municipales.

Se enfrentan al vacío, a dificultades para readaptarse a una vida que un día también fue la suya, además de a la indeferencia, la exclusión y la invisibilidad, que sin darnos demasiada cuenta se cuelan también aquí, en las calles de nuestro pequeño Logroño.

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