De Taiwán a Santiago de Compostela haciendo noche en Logroño

Rioja2

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Al abuelo de Víctor Barón le dejó un barco tirado en La Coruña. Nadie quería hacerse cargo ni de él ni de los cientos de personas que regresaban, sólo hay que imaginar en qué condiciones, de la Guerra de Cuba. El abuelo de Víctor Barón decidió componérselas por él solo, viendo que nadie iba a mirar por sus intereses y que el Gobierno de entonces lo único que hacía era desentenderse de las múltiples necesidades de aquellos vencidos. “Mi abuelo no quiso esperar a nadie y se fue andando a Zaragoza, mil kilómetros andando en las condiciones que había hace tantos años. Descalzo, medio desnudo. Y ahora hago el camino que hizo al revés en homenaje a él”.

Ese camino al revés no es otro que el Camino de Santiago, que Víctor recorre por segunda vez con algún que otro hándicap, “voy con una chica de la antigua Yugoslavia que va muy despacio y la ayudo. La he conocido por el camino, yo salí solo. Me canso de ir despacio, soy corredor de fondo y hasta que no te pones en marcha... lo que pasa es que creo que no llego ni a calentar”. Las puertas del albergue de peregrinos de Logroño han abierto a las 12:00 del mediodía, hace un buen día y los caminantes parecen contentos, quizá aliviados, de haber cumplido otra etapa. En orden de llegada y sin prisas hacen una pequeña cola que alcanza los albores del patio. En la entrada del albergue está dispuesta una mesa con una voluntaria que pide identidades y una voluntad -poco volitiva- establecida en cinco euros por barba.

Le pregunto a Víctor si esto de pagar es la tónica habitual en los demás albergues, “sí”, me contesta, “lo he visto, es común lo de pagar. Antes no había que pagar, ahora sí hay que hacerlo y lo de aquí es lo mínimo. Sólo en uno pagamos menos, cuatro euros. Yo estoy de acuerdo en que haya que pagar, porque si dicen de dar la voluntad, ya sabes lo que pasa, que mucha gente no tiene voluntad”. Le toca el turno a Víctor. Se identifica y paga y sube las escaleras que conducen a las estancias de reposo, alivio y avituallamiento. Habitaciones con literas, cocina amplia pero, según luego comentan poco equipada, y baños. Siguen entrando peregrinos al patio, algunos con bicicletas cargadas de mochilas que aparcan cerca de la puerta.

Lo malo de hacerse el Camino en bicicleta es que, a la hora de conseguir un hueco para el descanso, las consideraciones no son tan benevolentes como si te lo hicieras andando. La prioridad es para los que se dejan la planta del pie a golpe de zancada -primera

opción válida para hacerte con la eximente Compostelana- y no para aquéllos que hacen sufrir a la parte donde la espalda pierde el nombre. El albergue de Logroño cuenta con 68 plazas y, como me cuenta José (IMAGEN), uno de los hospitaleros, todos los días se copan. Y si no lo hacen se acaban copando con la presencia de los ciclistas, “un día que no se llene es muy raro”, me comenta José, “y al final se acaba llenando con los ciclistas. Lo primero son la gente a pie, y luego ya les toca el turno a los ciclistas, que entran a partir de las siete de la tarde”.

La figura del hospitalero, en este caso José, es de vital importancia para que el tiempo que el peregrino esté en la ciudad pueda encontrar solución a sus necesidades sin sentirse como un pez fuera del agua. José habla conmigo, pero mira más allá de mí, han entrado más peregrinos y ha de ir a atenderlos, lo primero es lo primero, “ahora estoy contigo”, me dice, y se va corriendo a hacer a los viajeros la vida un poco más fácil.

Cuando José regresa, me comenta que su función es tanto enseñar las instalaciones como indicar a los peregrinos dónde se encuentran los sitios más vitales para ellos que, en esos momentos, suelen ser siempre dos y siempre también en el mismo orden, “sitios para comer, baratitos, con menú del peregrino y farmacias”. Lo de las farmacias sí que parece un asunto casi de máxima urgencia, un poco más allá de nosotros, cerca del lavadero, otro voluntario cura el pie de una chica cuyo dedo meñique no tiene muy buena pinta. José advierte mi preocupación por esa destrozada pequeña falange, “alguno sí que viene muy herido, pero siempre viene gente con ampollas, eso todos los días y, aunque menos frecuente, también viene gente con tendinitis. Si la gente se preparara un poquito antes de empezar el Camino no creo que hubiera tantos problemas. Se creen que caminando cuatro veces uno ya está preparado y arreando, pero no, una etapa buena andando son unos 30 kilómetros. Por suerte muchas veces hay pueblos entre medias, de aquí se va a Nájera, pero en medio está Navarrete, que dices, bueno, pues ahí puedo descansar”.

Le preguntó a José por la impresión que los peregrinos se llevan del albergue, “yo creo que salen siempre muy contentos”, me responde, “a mí por lo menos siempre me dan las gracias”. José ve entrar a otros visitantes y corre presto a descubrir cuáles son sus urgencias más inmediatas. Es como un punto de información ambulante, inquieto y alegre, que en vez de esperar a ser consultado prefiere dejarse caer cerca del cliente para establecer un trato más cercano. “Salen siempre muy contentos”, me ha dicho José, pero en la puerta de entrada al patio veo a una mujer, mochila al hombro, que parece no estarlo demasiado.

Se llama María y viene de Pontevedra. “Bueno”, la animo, “por lo menos vas hacia casa”. Parece que se consuela un poco y entonces indago en los motivos por los que en vez de estar entrando al albergue, sale de él. “Hay un microondas sólo, y la cocina funcionatodo el año menos justo julio y agosto”, me cuenta, “y creo que un peregrino, tras una etapa, necesita un poco de descanso. Lo que no se puede hacer es comer todos los días fuera menús de peregrino”. Muchos restaurantes de las zonas próximas a los albergues del Camino ofrecen al caminante, o al ciclista o al jinete, menús denominados ‘del peregrino’. A estos avituallamientos se les supone un precio más o menos módico y, por lo menos, una calidad media, pero, por lo que me cuenta María, no siempre es así,“dicen que por aquí son muy buenos, yo no digo que no, pero el menú de peregrino que comimos por allí por Navarra, te lo puedo asegurar, era como para cerditos, pero como para cerditos, ale, come, come, cerdito. Y no es por nada, yo no soy una peregrina pija, soy una peregrina normal”. Intento animar un poco más a María diciéndole que esté tranquila, que por aquí tratamos a las personas como personas. Y que a los cerditos nos los comemos.

María se va a buscar una pensión, “porque total, son 20 euros y así dormimos un poco bien y descansamos, que buena falta nos hace”. De regreso al patio del albergue me vuelvo a encontrar con Víctor Barón (IMAGEN), ya cambiado y fresco, que me cuenta que eso de llevar casi a cuestas a la yugoslava, unido a las vicisitudes del Camino, le está pasando factura, “yo he sido maratoniano”, me comenta Víctor, “también corredor de fondo, he hecho de todo, casi profesionalmente. Ahora avanzamos muy lento, pero a veces es casi mejor, porque empiezan a aparecer dolores raros. No tengo ampollas, pero el tema es biomecánico, empiezan a aparecer dolores raros que no sabes de qué. También es muy importante el calzado, y cómo lleves la mochila”.

Víctor, como decíamos antes, es la segunda vez que hace el Camino. Muy tranquilamente, me dice que la primera vez hizo ‘sólo’ 400 kilómetros, y que se los marcó “en plan competición”. Ahora parece que las tornas han cambiado un poco, “no tengo prisa por llegar”, exclama tranquilamente pero muy serio, “pero voy a tardar bastante. A la yugoslava me la voy a tener que cargar encima. Mañana quiere ir sólo a Navarrete”. Obviamente los once kilómetros que separan a Logroño de Navarrete no son nada para un avezado maratoniano. Pero no hay mal que por bien no venga, quizá gracias a la yugoslava, Víctor tenga ahora más oportunidades de conocer parajes y gentes que a ritmo de corredor de fondo hubiera dejado desdibujados a su espaldas. Puede ser positivo para él y para su blog donde, según me cuenta, narra sus vivencias diarias por el Camino a golpe de tecla para que todos puedan disfrutar de las cosas que él también disfruta, elmundodevictorbaron.blogspot.com se llama la bitácora.

Tras desearle suerte a Víctor con su blog, sus lesiones biomecánicas y, sobre todo, con la yugoslava, subo a las habitaciones. Ahí me encuentro a una familia de cordobeses, concretamente de Palma del Río, que vienen desde Roncesvalles y ya se han acomodado en lo que durante una noche será su hogar. José, el padre, parece que tiene algún problema con las ampollas. En el Camino las ampollas son perennes compañeras de viaje y, como me cuenta José, muchos experimentados caminantes saben cómo tratarlas, “en el Camino he conocido a Luis, de Mérida, que ha hecho nueve veces el camino y me dice, ‘tú llevas problemas de ampollas en ese pie’ (señala el pie izquierdo), y le digo ‘¿y tú cómo lo sabes?’, y me dice, porque vas cojeando con esa otra pierna”. Desde luego que la experiencia es la madre de la ciencia. José, entonces, pasa a narrarme el método milagroso que el peregrino Luis le ha encomendado, “me dice, ‘si te duelen las ampollas písalas, písalas fuerte porque te vas a fastidiar la pierna por no andar correctamente’. Le he hecho caso y he llegado a Viana antes que él”.

Y es que el intercambio de experiencias, la solidaridad y la fraternidad van colgadas del bastón de los peregrinos. Todos saben que en cualquier momento les van a ayudar si lo necesitan, y por eso ayudan cuando lo necesita el otro. El buen rollo en el Camino va también en la mochila, “muy buena gente hay por ahí”, exclama José, “anoche mismo hicimos una cena comunitaria con unos italianos. Te vas encontrando a la misma

gente todo el rato. Nos ayudamos unos a otros“.

Le pregunto a José (IMAGEN) de dónde vino la idea de hacerse el Camino en familia. Por lo general ves pequeños grupos de amigos, o caminantes solos, o parejas aventureras. Eso es lo normal. Pero unas vacaciones en familia andando 800 kilómetros se sale un poco de los cánones, “yo llevaba queriendo hacer el camino”, me responde José, “por lo menos hace tres años. Empecé a recopilar datos, albergues... y la verdad es que dije, para el 2010 lo hago, de ahí no pasa. No sabía que era año jacobeo, me enteré cuando empezó el año. Y qué mejor que en familia”. Los chavales de José, Sergio y Juan Carlos, de 12 y 15 años, no parecen demasiado cansados, parece que podrían hacerse otra etapita tan tranquilamente, “Sergio empezó un poco mal”, cuenta José, “porque llevaba unas botas que cuando empezó le quedaban bien, pero le ha crecido el pie por el camino, y le estaban haciendo daño. En Estella le compramos unas zapatillas porque iba cojeando, pero vamos, nada grave, va siempre delante del grupo. Y Juan Carlos”, incide orgulloso,“también”.

A pesar de que el milagroso sistema de pisar las ampollas ha dado sus frutos, José decide bajar al médico. Un par de voluntarios curan a los peregrinos al sol del patio. Ahora mismo siguen atendiendo a la chica cuyo dedo meñique del pie izquierdo no tiene muy buena pinta, casi puede decirse que ese pie alberga cuatro dedos y medio. Nadie dijo que el Camino fuera fácil.

Me encuentro al presidente del albergue, José Joaquín Marín, que muy amablemente me ofrece los datos del número de las nacionalidades de las diferentes almas que han pasado por ahí. En una libreta tiene apuntado el censo del albergue. Requerir la documentación, aunque parezca un poco entrometido, también sirve para poder hacer un breve estudio sociológico de la diversidad humana que puede llegar a aglutinar el edificio. Es como la ONU.

José Joaquín (IMAGEN) comienza a hablar, “la gente que ha pernoctado en el albergue ronda los 7500 peregrinos, desde febrero, que es cuando hemos abierto, a estos días. Lo que más predomina son los españoles, con 1006 mujeres y 1974 hombres. Después las nacionalidades que predominan son los alemanes, los franceses y los italianos, el europeo, vaya. Y de nacionalidades que no sean europeas está viniendo mucho coreano, de hecho han pernoctado 166 mujeres y 138 hombres de Corea, y bastantes estadounidenses, con 144 mujeres y 132 hombres. Y luego tenemos curiosidades como por ejemplo de Israel, que hemos tenido 4 mujeres y 2 hombres. De Indonesia, con un hombre. De India, un hombre también. Dos letonas, un marroquí, uno de Macedonia, de Perú una mujer, de Moldavia también una mujer, una mujer de República Dominicana, de Serbia una mujer, un hombre de Senegal, otro de San Marino, de Taiwán una mujer. De Turquía dos mujeres. De Sudáfrica ocho mujeres y dos hombres. O sea que prácticamente vienen de todo el mundo, salvo de los países árabes y África”.

Y ésas son las personas ‘censadas’. 7.500 peregrinos que han pernoctado en el albergue. A esa cantidad hay que sumarle la de todos aquellos que se han quedado sin plaza, o que buscan cobijo, como María, por otros derroteros, para hacerse una idea de la cantidad de gente que mueve la peregrinación a Santiago. José Joaquín también me habla de la masificación del Camino, e incluso de cómo desde muchos lugares de fuera de España han tratado de ponerle freno, “llenamos prácticamente todos los días”, me comenta, “hemos tenido este mes de julio sólo un día que no hemos llenado, y ésas eran las previsiones, porque el fuerte es julio y agosto. Y eso que nos ha llegado información que en países europeos como Alemania no recomendaban hacer el Camino de Santiago este año porque es Jacobeo y hay una gran masificación, y mucha gente ha pensado que al ser Año Jacobeo iba a estar esto a reventar, y eso ha quitado a muchísima gente, sobre todo de los meses fuertes como julio y agosto”.

Con tanto ir y venir de gente es de suponer que la cantidad de diferentes puntos de vista que por allí cruzan los pasillos es también abundante. Diferentes culturas, razas, nacionalidades, manías y virtudes; todas desembocando en el albergue de Logroño para encontrar el merecido descanso tras el largo camino. Tiene que ser difícil ser capaz de contentar a todas. José Joaquín me lo corrobora y, aunque asegura que “la impresión que se llevan los peregrinos es muy buena” y que la mayoría se van muy agradecidos, siempre es complicado poder satisfacer todas las demandas y a veces pueden surgir “algunos problemillas”. Como ha pasado con María, le digo, la mujer que se ha ido un poco enfadada, “la mujer que estaba enfadada era porque hay cocina pero no hay para cocinar”, me contesta José Joaquín,“ porque hay microondas y hay frigorífico pero para ella la prioridad es la cocina. Para otros la prioridad es ‘a ver cómo están las duchas y los servicios’; para otros ‘a ver si puedo lavar, porque ha estado en otros albergues y no ha podido lavar porque no había lavadora’. Cada uno tiene su prioridad, y no se puede

contentar a la totalidad de todo el mundo que viene“.

Los peregrinos vienen y van. Llegan, reponen fuerzas, relajan el cuerpo y el espíritu y se despiden iniciando una nueva jornada de viaje. Pero en hacer el Camino también participan los que se quedan, y dan forma al Camino tanto como los otros. José Joaquín me dice que es difícil mantener el conjunto del albergue con el poco soporte económico que generan los cinco euros que cada peregrino aporta, y que es gracias al tiempo de los voluntarios que el castillo de naipes no se derrumba, “el dinero que se paga, que aquí es más bajo de la media general, es para gastos de mantenimiento. Pero no llega, es muy difícil. Hay que contar con gente que ponga su tiempo a disposición. Si aquí hubiera personas que cobraran un salario, no llegaría”.

La asociación Ultreia, que gestiona el albergue, es la encargada de hacer que llegue. José Joaquín es su presidente y, viendo mi asombro ante la palabra, me explica que ‘Ultreia’ es el saludo del peregrino. Cuando dos peregrinos se encontraban, el primero en hablar decía ‘Ultreia’ a lo que su interlocutor respondía ‘et suseia’. En cristiano reciente viene a ser un ‘vamos para allá´ contestado por un ‘y vamos más arriba’. El caso era darse ánimos y saber que, a cada paso, hay un paso menos hasta Santiago. Y desde Logroño eso se traduce en 583 kilómetros menos. A pesar de las ampollas y las tendinitis; y de los dolores de espalda; a pesar de no poder comer un plato caliente o de que las botas te aprieten los dedos porque el pie te ha crecido. Y también a pesar, aunque más gracias a, las yugoslavas. Ultreia et suseia, sólo 583 kilómetros más.

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