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Turquía es también Europa

Rioja2

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El profundo deseo de Turquía de ser Europa puede parecer extraño en un país musulmán cuyo territorio se ancla en un 95% en Oriente. Sin embargo, esta aspiración le viene de antiguo. El Imperio Otomano es una potencia europea por sus importantes posesiones en el Viejo Continente. Los sultanes reformistas de comienzos del siglo XIX intentan adaptarse a las costumbres de sus vecinos más desarrollados de Occidente, como la Francia republicana, a pesar de que mantienen una acérrima enemistad. En el primer tercio del XX, los Jóvenes Turcos, y, sobre todo, Ataturk convierten en voluntad lo que viene siendo una tendencia. El rescate de la nueva entidad política de entre las ruinas de la estructura imperial se hace a base de que el entorno europeo, industrial y avanzado, de la primera posguerra mundial acepte la operación. Desde entonces, los herederos del Estado secular hacen todo lo que está en su mano para lograr su objetivo. Y, ya, en época bipolar instalan plenamente a Turquía en el Bloque del Oeste, mientras las inversiones, las transferencias de tecnología, los millones de trabajadores emigrados y los ingresos del turismo proceden todos de Europa.

La República Turca, que se sitúa allí donde Europa y Asia siempre se han confundido, enfrenta una geografía humana históricamente turbulenta. Al mismo tiempo balcánica, caucasiana, mediterránea, asiática y con rasgo árabe de Oriente Próximo, Turquía visualiza, desde muy pronto, que la canalización de necesidades étnicas tan dispares implica la sacralización de un dogma que legitime la homogeneidad de la pretendida nación turca y convierta en racional la obsesión que tiene por la integridad territorial. Al quererse un actor sólido, comprende que sólo las relaciones de amistad con sus vecinos, la pueden salvar de ese destino tan volátil que le ha tocado a la zona. Y, aunque la búsqueda de estabilidad la lleve a entregarse sin reservas al exterior, a riesgo de que su proyección pluridimensional resulte monolítica, e incluso aislante, en el interior por inspirarse, al menos en apariencia, en una cultura puramente europea, se entiende que, en la actualidad, Turquía dé tanta importancia a su integración en la UE.

Por su parte, la UE considera que Turquía cuestiona la europeidad de su proyecto político, deslizando la perspectiva hacia la cuestión de la identidad de Europa y poniendo de manifiesto la importancia que tiene el factor cultural a principios del siglo XXI. Es más, allí donde se sospecha que la política y la economía no arrojan el éxito que se espera, el mundo cristiano y occidental, entendido en términos de civilización, está probablemente condicionando una visión particular de Turquía. Es como si la UE se hubiera olvidado de que se fundamenta sobre la diversidad cultural y lingüística, por lo que, en ningún momento de su historia, se ha planteado la edificación artificial de una entidad uniforme. Parece que los europeos no se acuerden de que sus fronteras siempre han sido variables, y que la ampliación del Viejo Continente se gestiona políticamente. Sin duda, prejuicios ancestrales y la elección de Turquía y el Islam como los adversarios necesarios para definir y fortalecer a Europa frente a terceros hace pensar a los detractores que, con su adhesión, los europeos pierden la oportunidad de construir una realidad política, mientras que ignoran que Turquía ya ha calculado que una UE diluida sería una carga para ella.

Artículo de la profesora de Relaciones Internacionales Dolores Rubio García, publicado en Panorámica Social.

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