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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

'Me ponga un morenazo de ojos verdes'

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Por 15.000 dólares, la clínica que dirige el doctor Jeff Steinberg ofrecía recientemente a los padres la posibilidad de elegir algunos rasgos físicos de los hijos concebidos en el centro con técnicas de fertilidad.

Al dar el paso de usar la selección genética para algo que no sea evitar enfermedades, el propio Steinberg declaraba a los medios que “ha llegado el momento de sacar la cabeza de la arena y adentrarse en un terreno inexplorado”. De todas maneras, la tormenta que siguió a la difusión del proyecto acabó con él antes de que pudiese ponerse en práctica.

En un comunicado difundido muy poco después, la clínica explicaba que “a pesar de ser un programa bienintencionado, somos sensibles a la percepción del público y sentimos que todos los beneficios para la salud que ofrece la selección genética podrían quedar ensombrecidos por el impacto -aparentemente negativo- de su utilización con otros fines”.

En consecuencia, decidieron seguir aplicando la selección de embriones atendiendo a criterios de color de ojos y piel “únicamente para evitar albinismo u otras enfermedades relacionadas con la pigmentación”. También matizan que de ahora en adelante no investigarán “la genética de la pigmentación de ninguna parte del cuerpo”.

Hubo inmediatas dudas éticas por la potencial aplicación de la técnica para crear niños “racialmente modificados”, pero también problemas de discriminación por el aspecto físico, un mal de nuestro tiempo que este uso llevaría a la vida de los niños incluso antes de que estos nacieran.

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