I feel good

Rioja2

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@page { size: 21cm 29.7cm; margin: 2cm } P { margin-bottom: 0.21cm } No cabía ni un alfiler. Ni encima del escenario, ni debajo. Los que tenían más sitio eran los camareros, pero nadie se cambiaría el papel por ellos, ya que no paraban de trabajar al 200%. 33 zumos, 125 botellines de agua, 400 refrescos, 900 cañas y 1.046 cubatas. A medida que te acercabas al escenario, te indroducías en una especie de laberinto en el que las personas y sus consumiciones eran los principales obstáculos ¡Hasta Mario Bros se las hubiera visto canutas para llegar al final de la sala!

La temperatura iba subiendo por la falta de oxígeno y por el la emoción del público. Si querías ver a 16 músicos sobre el escenario del Biribay Jazz Club, tenías que peleártelo, como todo lo bueno. No fue fácil esquivar a la gente con la caña en la mano mientras iba despojándome de la chaqueta, el jersey y... ya no podía quitarme más.

Por fin, encontré un hueco, junto a la puerta del baño. No fue muy romántico, pero como casi nadie se atrevía a moverse una vez que había cogido sitio, no había mucho movimiento. Salvados estos pequeños contratiempos, el ambiente era el de un club de jazz de los 50 en Nueva York que hemos visto tantas veces en las películas, pero actualizado al siglo XXI.

Bebida, humo y gente de lo más variopinta con una especie de baile en los pies al ritmo de aquella música que a todo el mundo embelesa. Clásicos de jazz y swing de Duke Ellington, Count Basie o Glen Miller. Melodías que se introducían por el oído, pero que luego seguían su camino por dentro de tí y hacían lo que querían contigo.

Allí estaban todos. Once músicos de viento y cuatro en la sección rítmica. Estaba todo perfectamente estudiado para que cupieran, pero todos en su sitio. También había un hueco para el director. No tenía barita mágica, pero alzaba las manos, se enredaba el pelo, daba palmas y animaba al personal con una capacidad asombrosa de motivación. Recordaba a esos predicadores estadounidenses.

El concierto fue impresionante. Es un espectáculo fascinante ver tanta filosofía musical darse la mano en armonía. Fue asombroso ver las caras de satisfacción de aquellos músicos, la mayoría de ellos con una larga trayectoria profesional. Transmitían su amor por la música. Se notaba en cómo cogían el instrumento, en cómo se movían, en cómo cerraban los ojos. Lo que más destacó fueron, obviamente, los maravillosos sonidos de viento. Es lo que tiene la democracia.

El público escuchaba atónito y animaba después de cada solo. Los cubatas andaban por encima de las cabezas, pero todo con una perfecta educación. Eramos muchos, pero a todos nos unía una cosa: el respeto por la música. Después del segundo pase, la gente se quedó con ganas, pero en los conciertos de jazz, queda mal eso de pedir más. Sin embargo, una tímida voz dijo: “Otra”. El director, Biri, respondió claramente: “Si vais a pedir otra, decidlo ya, que es muy complicado irnos para volver a entrar”. Un chico salió del baño y gritó: “¡Otra!” Ellos encantados. Tocaron tres más y la última es el sabor que nos llevamos: 'I feel good'.

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