Si Alfred Hitchcock levantara la cabeza...

Rioja2

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Si alguien vio la carrera de F1 de este domingo en Brasil y aún no está flipando es que no tiene sangre corriendo por las venas. Por un lado doy gracias al cielo, en cierta medida, por poder haber visto la carrera en el sofá tranquilamente y por no estar en la redacción de Diario 16 y Eurosport, aunque se echan de menos, sobre todo en tardes como estas.

Si por regla general hacía crónicas de 30 párrafos después de una carrera interesante… tendría que haber escrito al menos 80 para analizar todo lo que pasó en la carrera que ponía la guinda al pastel de un Mundial con un desenlace tan inesperado como brutal. Una carrera que seguro que en Brasil y en España se siguió con especial atención, por razones distintas, pero bien claras a mi entender. Desde las favelas de Sao Paulo hasta el mismo Cantagallo en lo más profundo de Salamanca, una antena de TV apuntaba al cielo sintonizando con la pasión y el espectáculo de la F1.

Cada protagonista se sabía muy bien su papel. Massa marcó la pole y su única preocupación, mientras cruzaba los dedos mirando al cielo, era no dejarse arrebatar la posición tras una salida limpia que le mantuvo al frente. En cambio, en el coche de Hamilton también iban la preocupación y el miedo al fracaso, pesada carga para un joven de 23 años. El recuerdo del año anterior, en las mismas circunstancias, le atenazaban sobremanera, y se notaba el miedo, en su forma de pilotar, sobre todo en un joven impulsivo e irrespetuoso acostumbrado a que sus más ínfimos deseos sean tomados como severas órdenes.

Saliendo cuarto, Hamilton tenía que salir con prudencia. Vio con alegría que Alonso, justo detrás de él, con más combustible de lo habitual, no hacía una arrancada marca de la casa. Sin embargo Vettel si la hizo y la prudencia de Kovalainen por no adelantar a su jefe de filas se le volvió contra él, pues al final se vio sobrepasado por Alonso y por Vettel. Así las cosas, primeras lluvias pasada una docena de vueltas. Los más avispados, Vettel, Alonso y Heidfeld, entraron una vuelta antes que sus rivales, y de golpe y porrazo el de Toro Rosso y el español se vieron tras Massa, y habiéndose quitado de enmedio a Raikkonen y a un Hamilton que se limitaba, obviamente, a copiar la estrategia de su máximo rival por el Mundial.

La guerra de nervios era total. Ya de inicio al malvado becario del maléfico guionista no se le ocurrió nada mejor que, a punto de darse la vuelta de reconocimiento, con zapatos de paseo, descargar una tormenta de aúpa en apenas dos minutos: resultado, carrera declarada en mojado, cambio de zapatos por unos más adaptados para la lluvia y un retraso de 15 minutos que con su lento discurrir carcomían las entrañas de más de uno. Total, que con los corazones a punto de salirse por la visera del casco, en cada curva, en cada centímetro del asfalto brasileño, Ron Dennis veía una trampa, una emboscada para su pupilo, que cual Maracaná, tuvo que soportar insultos de todo tipo e la torcida brasileña, más entregada que nunca jamás

Pero estamos a mitad de carrera. La misma discurre sin demasiadas novedades. Alonso sabe que Vettel va a tres paradas y no es rival para el podio. Kimi, que pareció retrasarse para poner aún más nervioso a Hamilton, se pone a ritmo de vuelta rápida tras vuelta rápida y se pega al alerón trasero de Alonso, que flipaba cuando por radio le decía su ingeniero jefe que su carrera era para ganar el GP, y que no se fijase en lo de atrás. Hamilton rodaba cuarto, plácidamente. Pero quedaba una vuelta de tuerca.

El día se convirtió en noche. No era un eclipse, por mucho que lo hubiera deseado Hamilton y todo McLaren Mercedes. El cielo se encapotó de tal manera que sólo había una salida posible: una tromba de agua. Alonso, Kimi y Vettel entraron a la vez a siete vueltas del final. Acertaron. Massa y Hamilton en la vuelta siguiente. Los márgenes de error de uno y otro eran distintos. Vettel se puso cuarto y Hamilton quinto… ¿¡o no?! Un kamikaze en un coche japonés, pero de origen alemán, Timo Glock, disfrazó su bala blanquirroja de “Zero”, el avión nipón de la segunda guerra mundial que se estrellaba contra los barcos americanos. Glock, digo, decidió no pasar por boxes y aguantar el chaparrón, nunca mejor dicho, con más redaños que el caballo de Espartero.

El aguacero duró menos de lo previsto… y con la parada en boxes Hamilton había perdido tanto tiempo como para salir detrás de Glock. Terrible… Hamilton era quinto… pero la pista se secaba ultrarrápido. Kubica, que tampoco cambió ruedas, se desdoblaba de Lewis y el desconcierto lo aprovechaba Vettel para adelantar a Hamilton, que por radio escuchaba, a menos de tres vueltas del final, que era sexto y que ese puesto no le valía. El McLaren entonces empezó a culebrear en cada curva. Vettel es un as con la pista mojada y la pericia del británico no valía de nada. Había zonas del circuito completamente secas y otras, como las curvas 2, 3 y 4, que con slicks eran difíciles de trazar. Hamilton se desesperaba casi tanto como Ron Dennis en el box gris.

Todas las luces del display de detrás del volante del McLaren de Lewis eran de un rojo intenso. En los cascos de Hamilton no paraban de sonar los gritos de su nueva novia rockera y de Ron Dennis, Martin Whitmars, Norberg Haug, sus patrones, aullando desesperadamente buscando las palabras mágicas para obrar el milagro. Y el milagro ocurrió. Agua milagrosa. Si la tromba de agua que de nuevo cayó a vuelta y media del final hubiera caído 30 segundos más tarde, SOLO MEDIO MINUTO MÁS TARDE, ahora mismo estaríamos “falando” portugués y enarbolando una bandera con la leyenda “Ordem e Progresso” a ritmo de samba, y no viendo la Union Yack ondeando en lo alto del mástil. La última vuelta fue un suplicio para todos. Para Massa, porque le decían por radio que era campeón del mundo. Para Hamilton porque le quedaban 4.309 para revivir los fantasmas del pasado… y para Timo Glock, porque con sus ruedas de seco no podía mantener el coche sobre la pista. Tenía una docena de segundos sobre Vettel y Hamilton, que le precedían, pero no podía dar gas al coche sin sentir el latigazo del tren trasero.

En la orgía desenfrenada de las últimas curvas, con Hamilton desesperado a la caza y captura del correoso Vettel, pasan varios coches, supuestamente doblados. En la entrada de la parabólica, tres curvas enlazadas que dan acceso a la meta, pasan a un Toyota. ¿Trulli? Me temo que no. La cámara pintada de amarillo sobre el casco del piloto de Toyota revela que es Glock. Nadie se da cuenta en pleno maremagnum. La familia Massa se abraza, el box de Ferrari estalla, la incredulidad se apodera del garaje de McLaren. Massa entra primero, Alonso cumple una vez más con creces y llega segundo. Kimi le pisa los talones. Un gráfico sobreimpresionado en pantalla saca del éxtasis a la familia Massa, que ve a Felipe levantado la mano con el dedo al viento. Sobreimpresionado en la imagen, se ve que el cuarto en llegar no es Glock, sino Vettel. El quinto es Hamilton, campeón del mundo. Nadie sabe donde mirar o qué hacer. Un mecánico del cavallino despierta a los Massa. La euforia da paso a la decepción y el abatimiento. En McLaren se celebra a medio gas. Aún no se lo creen. La pasión no se desata completamente. Pero no hay vuelta de hoja. Hamilton es campeón.

Un campeón indigno, a mi modesto parecer. A falta de tres curvas no lo era. Y no lo era por ‘cagón’. Una cosa es no arriesgar y aprender de los errores del pasado, pero otra es funambulear con el abismo del sexto puesto con plomo en los bolsillos, como hizo Hamilton, conformista y reservón en exceso. Jugando al 0-0 estuvo a punto de perder en el ‘Maracaná’ de los circuitos de F1. Sólo la lluvia y la diosa fortuna le hizo campeón. No fueron sus manos, su calidad innata como piloto, su temperamento a juego con su talento. No. Fueron circunstancias ajenas las que decidieron un título mundial de forma caprichosa.

En cualquier caso, fue una de las jornadas de F1 más grandes que recuerdo en mi vida. Un deporte apasionante. Y si no están de acuerdo… piensen en las vueltas que ha dado la vida a más de medio mundo… en sólo tres curvas… y con un poco de agua.

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