El 11-S de Grávalos

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Vitori Pérez tenía pocos meses de vida pero cada año sus padres le recuerdan que aquel 11 de septiembre volvió a nacer. Y no es una frase hecha. Aquella tarde, mientras toda su familia estaba en casa, preparada para disfrutar de las fiestas locales de Grávalos, un autobús se empotró en la fachada de la vivienda.

“La cama de mis padres quedó colgando entre los escombros” asegura esta mujer que dormía en su cuna en la misma habitación. El susto fue tremendo para toda la familia, pero todavía fue peor cuando vieron con sus propios ojos el resultado de aquella tragedia.

Grávalos estaba en fiestas. Y una fiesta era recibir al autobús de línea cada tarde. El vehículo realizaba la ruta Arnedo-Cervera y llevaba una veintena de pasajeros, vecinos de los pueblos de alrededor: Cervera, Cornago e Igea. En 1958 la llegada del autobús a un pequeño municipio riojano se celebraba con curiosidad entre la población.

Tanto es así que muchos vecinos se apostaban cada tarde en la parada improvisada que hacía el autobús en la carretera LR 123, conocida como “El puerto”. Aquella tarde también lo esperaba muchas personas, entre ellas, Félix “El Albañil” que notó que algo raro le ocurría al vehículo.

Desde la curva del cementerio ya se veía que el autobús hacía maniobras raras” comentan algunos vecinos del pueblo, “daba tumbos y bajaba a mucha velocidad”. Precisamente, Félix El Albañil avisó a sus vecinos que esperaban el autobús para que se retiraran de la carretera. Eso evitó una tragedia mayor.

El autobús perdió el control debido a un fallo de los frenos y se empotró contra una de las casas de la carretera. Era la casa de la familia de Ángel Pérez que se preparaba para disfrutar de las fiestas. Murieron cerca de 20 personas, una de ellas, un vecino de Grávalos, Santiago Jiménez, que falleció por el impacto de la escalera que servía a la familia Pérez, encargada de recoger los paquetes en la baca del autobús, para trepar a la parte superior del vehículo.

Muchos vecinos se tiraron por la barandilla del puerto” aseguran los vecinos, algunos de ellos eran muy pequeños cuando ocurrió el accidente pero sus padres y abuelos se lo han relatado mil veces en todos estos años.

La tragedia fue mayor cuando lograron sacar los cuerpos de los fallecidos. 22 muertos, uno de ellos, el propio chófer del autobús. Los heridos fueron asistidos por el médico del pueblo, el facultativo del Balneario, que entonces estaba en funcionamiento y por el propio veterinario de Grávalos.

Los propios vecinos colaboraron en el rescate de los heridos y en sacar el autobús empotrado en la vivienda. Dos tractores trabajaron para retirarlo de allí y con el movimiento de la operación, los cohetes cuyo destino era las fiestas de Cornago comenzaron a explotar, para terror de los habitantes de Grávalos.

El municipo estaba consternado por la tragedia. Rosario Sainz, hija del entonces alcalde de Grávalos, Olegario Sainz, recuerda como los 22 cadáveres fueron llevados al cementario del pueblo a la espera de que sus familiares los reclamasen.

Hoy, 50 años después, se ha levantado un nuevo inmueble en lugar de la vivienda que quedó destrozada por el accidente. Pero la familia, que se tuvo que trasladar a otro lugar a vivir, nunca olvidará aquel fatídico accidente en Grávalos.

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