Brandy: la esencia del vino

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La muestra puede visitarse hasta el 23 de septiembre y el horario de apertura al público es de lunes a sábado, excepto festivos, de 18.00 a 21.00 horas.

El brandy es una bebida de alta graduación alcohólica que procede de la uva después de destilar el vino y envejecerlo en barricas de roble. Todo el proceso se encuentra íntimamente ligado con la cultura del vino para intentar atrapar su espíritu al extraerlo y al elaborarlo.

Desde oriente, con los clásicos grecolatinos, y a través de la cultura árabe, este proceso de destilación llega a nuestra Edad Media, cuando se recupera por la alquimia medieval para recomponer los humores. La alquimia y la medicina consiguen a través de la fuerza del fuego extraer el alcohol, quemar el vino para obtener su espíritu. El final de los siglos medievales harán que se componga más que un remedio, una bebida destinada principalmente para el regalo de los hombres.

Éste era el vino quemado que llamaban “brandewinj” los holandeses cuando lo fabricaban a partir de vinos de las zonas vitivinícolas francesas, fácil de transportar y conservar, fundamental para las largas singladuras comerciales y para el ánimo de las tripulaciones y ejércitos. Éste era el agua ardiente de vino con el que los productores intentaban enderezar, conservar y aprovechar los “vinos torcidos” de sus amplias producciones tan condicionadas por la climatología y por la imperfección de los procesos de elaboración y conservación. Éste era el alma del vino que perfeccionará su elaboración y crianza con la evolución técnica y las aportaciones que cada cultura ha dejado en su complejo proceso creación con el paso del tiempo.

EL BRANDY EN LA RIOJA

La Rioja, como una zona de producción vinícola tradicional, convivía con la elaboración de aguardientes y especialmente de los procedentes del vino como forma de enderezar los vinos torcidos y abastecer al consumo de los ejércitos, la marinería de la costa y la población en general.

Durante el siglo XVIII ya podemos identificar con claridad a numerosos productores que en Briones, Ollauri, Quel, Logroño o Calahorra comienzan a valorar más el aguardiente extraído del vino que el producido a través de hollejos. Uno de los mayores fue don Juan Delhúyar, cirujano logroñés, padre de los hermanos Juan José y Fausto, que tenía más de 22 calderas de aguardiente en el entorno de esta ciudad. Él mismo se atribuía, como también hacía su competidor Francisco de Insausti, la introducción de la elaboración del aguardiente de vino como producto más saludable que el de heces, que ambos acusaban al contrario de utilizar para su fabricación.

Estas industrias denominaban genéricamente como calderas, fábricas de aguardiente o fábricas de espíritu del vino, y convivirían con las que muchos cosecheros elaborarían aguardiente para su propio consumo. Podían constar simplemente de un alambique, un horno, un tinanco con su serpentín, un espacio para almacenar el vino, un pilanco para evacuar las lías y diferentes envases, pellejos, frascos de barro, metal y cristal y barricas para su conservación y transporte.

Estas fábricas de aguardiente que aprovechaban los excedentes de unas cosechas que todavía no se envejecían con garantías fueron fluctuando durante el siglo XIX, seguramente por aparición y desaparición de pequeños cosecheros y su dedicación principal o secundaria a esta industria. Su importancia era notable en la Rioja Baja y solo la llegada de la filoxera y el desarrollo vinícola riojano haría que aparecieran también con fuerza en el entorno de Haro.

Desde este momento algunos de los que protagonizan el auge del vino de Rioja empezarán a producir el brandy. Por ejemplo, junto con las fábricas de los de Blas en Quel, que con sus licores eran proveedores de la Real Casa, aparecerán la de Enrique Ugalde que poseerá las Bodegas Ugalde y Muerza y la de Arturo Marcelino, presidente del Sindicato de Exportadores de Rioja en Haro, o la de Félix Azpilicueta en Fuenmayor.

Y surgirán las primeras producciones de brandy de las bodegas tan tradicionales como Bodegas Bilbaínas con los coñacs Faro, Pipiolo y BBB, o las Bodegas Franco Españolas con el Caballo Verde. Muchos de ellos permanecieron durante años y convivieron con las marcas que como el “Poderoso” de José María Aznar de Logroño, se ofrecían rebajando en sus almacenes brandies de otra procedencia para atender la demanda que en la posguerra aún era creciente, aunque el número de las destilerías en general fue decreciendo.

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