Nájera y Haro de fiestas

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Numerosas localidades riojanas aprovechan el comienzo del verano para proclamar fiestas grandes en honor de su santo o patrón. Muchos de estos lugares acumulan hasta dos o tres homenajeados a los que ofrecen sus fiestas. Es el caso de Nájera, con San Juan y San Pedro, y Haro, con San Juan, San Felices y San Pedro.

La noche del 23 de junio, los najerinos, aprovechando la magia de la noche de San Juan, desentierran a la Cuba Venancia, que ha permanecido dormida esperando el calor del verano. La peña Malpica la conduce ante una hoguera, levantada en su nombre y en el del santo, en la que piden por las fiestas y aprovechan a lanzar algún que otro deseo a las llamas.

Después de este acto, los menos valientes se retiran a descansar para el día siguiente; mientras, los osados, inician con ganas el comienzo de las fiestas de San Juan.

A primera hora de la mañana del 24 de junio, día de San Juan, jóvenes y mayores se reúnen con sus cuadrillas, ataviados con pantalones cortos y camisetas desgastadas o con los ya tradicionales “petos”. Los sarmientos comienzan a arder y los comensales dan buena cuenta de las chuletillas y las costillas que chisporrotean en el fuego, bien regadas con zurracapote, calimocho, vino y cuantos líquidos refrescantes e inhibidores nos podamos imaginar.

Hacia las 12:30 de la mañana comienzan, tras escuchar tres sonoros golpes de bombo, las esperadas “Vueltas”.

Muchos son los orígenes que se les quieren otorgar a las Vueltas, pero ninguno claro que resuelva el misterio de tan peculiar danza. Unos cuentan que se trata de un rito en honor al Astro Rey, dando gracias por las cosechas del año. Otros apuntan al señor Prado, que las trajo de Cuba y las adaptó a la cultura y tradición de Nájera. Mientras, otros, cuentan que es una tradición que se remonta a los desfiles militares que se realizaban en honor a los soldados que “volvían” el día de San Juan de alguna victoria en las guerras carlistas.

De cualquier forma, los habitantes de Nájera, saben honrar a todos sus predecesores y seguidores de una y otra versión de sus comienzos se unen en las más de cuatro horas que pasan danzando desde el Paseo de San Julián a la plaza de España de la localidad.

Amarrados de los brazos, sujetándose los unos a los otros, los más osados continúan las Vueltas serpenteando por la calle Mayor del casco antiguo al son de canciones afincadas en el haber de las fiestas, que la banda de música toca y que los participantes en las fiestas improvisan a modo de letras como “Ay Viriato, Viriato, Viriato, ay Viriato qué guapito estás” o palabras dedicadas a Manolé.

Una vez desembocada la marabunta en la plaza de España, se dan las últimas vueltas del día y se acude al local de la peña Malpica a disfrutar del fresquito zurracapote casero. Cargadas las pilas y lleno el gaznate, los que todavía siguen en pie se concentran en los bares de la calle mayor y se remojan y bañan en jugo de cebada en la ya, más que conocida, Batalla de la cerveza.

Este singular espectáculo se repetirá el día 29 de junio, día de San Pedro, momento en el que los najerinos vuelvan a salir a la calle para rendir culto a otro santo, esta vez a San Pedro, que seguro acogerá con gozo el jolgorio de todos los vecinos y visitantes.

Pero Nájera no es la única que acumula santos a los que rendir homenaje. Haro tiene, ni más ni menos, que tres santos a los que vitorear durante estos días: San Juan, San Felices y San Pedro. Los jarreros tienen su batalla y también tienen sus vueltas, pareciéndose a los najerinos, pero cobrando mayor importancia en esta ocasión la lucha.

El día 24 de junio, Haro celebra San Juan con una multitudinaria chocolatada al amanecer, seguida de la entrega de la vara del mando al Regidor Síndico, de manos del Alcalde. A continuación, una tamborrada recorre la ciudad marcando el inicio de la semana de fiestas.

El segundo santo honrado lleva por nombre Felices y se celebra el 25 de junio, siendo éste el patrón de Haro y celebrándose una procesión en su honor con las arquetas que guardan sus reliquias y las de San Millán, su discípulo.

Pero el día grande en Haro es el 29 de junio, San Pedro. Con la luz del alba comienza la escalada en romería a los Riscos de Bilibio, ataviados todos con ropas blancas. Hacia las 9 de la mañana, el Regidor Síndico de la ciudad abre comitiva a caballo hasta la ermita de San Felices de Bilibio, donde se celebra una misa tras colocar el Pendón en lo más alto de las peñas. Es después del acto religioso cuando la batalla queda oficialmente inaugurada.

Durante la batalla miles de litros de vino riegan monte, pradera y participantes, que, armados con todo tipo de artilugios imposibles que escupen oro morado, mojan y remojan a cuantos valientes se atreven a acudir a la batalla. Las ropas, antes blancas pulcras, se tiñen como por arte de magia de morado rojizo, emborrachándose ellas mismas con el sabor y el olor del vino esparcido, que corre ladera abajo cual riachuelo granate.

Cuenta la historia que durante años la gente de Haro y de Miranda de Ebro lucharon por la posesión de lo que ahora son los Riscos de Bilibio. En 1099 acuden al rey Alfonso VI para que dicte sentencia, siendo ésta poco resolutiva. En 1176 la visita se la hicieron a Alfonso VIII, quien tampoco puso fin a la disputa. Finalmente, el rey Fernando III puso fin a la batalla mediante la Carta Ejecutoria, ratificada por el Rey Don Sancho en 1288.

La Carta Ejecutoria establecía que cada 29 de junio la villa de Haro, con el corregimiento al frente, diese fe de su propiedad sobre los montes. Para ella, debían colocar el pendón morado de la villa en lo más encumbrado del risco. De no cumplir tal tradición, la propiedad de la zona pasará a la villa de Miranda de Ebro. De esta forma quedó sentenciada y asegurada una romería cada día de San Pedro a los Riscos de Bilibio.

La primera Batalla del Vino se constata en algunos relatos del archivo de la ciudad de Haro, hacia 1710, iniciando lo que se ha convertido ya en fiesta de interés nacional, popular y conocida por todos los rincones de España.

Siguiendo con la tradición, después de vaciar recipientes, botellas y botellines de este jugo tan apreciado en La Rioja y fuera de ella, los participantes se reúnen para almorzar los típicos caracoles, mientras en sus ropas se secan las huellas de la batalla.

De nuevo en romería, se regresa a Haro, donde se dan las típicas vueltas a la plaza de la Paz, unas vueltas diferentes a las de Nájera pero que hermanan por tradición ambas ciudades. Las batallas, los ritos y los santos unen estas dos ciudades riojanas que dan el pistoletazo de salida a un verano cargado de fiestas.

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