La voluntad contra la herencia

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Carlos Lalueza, profesor de la Unidad de Antropología de la Universidad de Barcelona (UB) junto a Óscar Vilarroya, director de la Cátedra ‘El Cerebro Social’ de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), trataron de ofrecer la respuesta de la ciencia a esta cuestión en el debate ‘Somos o nos hacemos’, organizado por el Aula El País y el Observatorio de la Comunicación científica de la Universidad Pompeu Fabra (UPF) con la colaboración del Instituto Novartis de Comunicación en Biomedicina.

Nuevos ámbitos científicos como las neurociencias, la genética de la conducta o la psicología evolutiva, están estudiando la base biológica de nuestro comportamiento. Sin embargo, la biología no es el único elemento que marca nuestra manera de actuar. “Que las conductas sociales tengan una base biológica, no significa que lo biológico sea fijo e inamovible, ni tampoco que no exista el libre albedrío. El determinismo biológico es falso. No somos máquinas programadas por nuestros genes, sino que en última instancia podemos decidir entre el bien y el mal”, explica Carles Lalueza.

En cualquier caso, ambos científicos constataron la relación entre la evolución y el desarrollo de nuestra conducta social. “Somos seres ultrasociales y hay comportamientos que la evolución ha sellado en nuestros genes porque son básicos para la propia supervivencia, por ejemplo reprimir el deseo inmediato de comer o copular”, señala Vilarroya. Incluso el altruismo podría tener una base evolutiva porque “compartimos muchos genes con nuestros familiares y al ser altruistas con ellos también defendemos las posibilidades de que estos genes se mantengan”, argumenta Lalueza. De hecho, parece que existe una estructura del cerebro que se activa ante el egoísmo. “En estas situaciones se activa la ínsula anterior que es la misma que se moviliza con el asco físico. El asco físico y social se parecen”, explica el investigador de la UAB.

En los últimos años se han ido descubriendo algunos ejemplos de la relación entre genética y comportamiento. Se han descrito genes como el FoxP2 que está relacionado con la aparición del lenguaje, o el MAOA, cuya mutación está asociada a conductas violentas. En este último caso, los investigadores remarcaron que es necesaria la combinación de ciertas condiciones ambientales como el maltrato infantil para que se den las acciones violentas. “Los genes predisponen, pero es definitivamente el ambiente el que hace que se manifiesten”, aclara Lalueza.

En el mismo sentido se expresó Óscar Villarroya, cuando señaló que la división entre genética y factores externos es una “falsa” dicotomía. “La genética por sí misma no explica, si no se combina con cómo le afecta el medio y a través de qué mecanismos interacciona con estos factores externos. Hay una modulación ambiental muy compleja y por eso no se puede hacer esta dicotomía. El criminal nace y se hace”, resume.

En el caso de las decisiones, también influyen diferentes factores y una combinación entre nuestro raciocinio y las emociones. “Siempre hay un diálogo entre estas dos áreas. El juicio moral es emocional, depende del contexto y en él intervienen muchos procesos. Para juzgar se combina teorías morales como el utilitarismo, la deontología o la teoría de la virtud teniendo en cuenta el contexto, nuestras propias experiencias personales y la genética”, explica Villarroya. Esta combinación de elementos hace necesario un acercamiento multidisciplinar a nuestra conducta social: “La neurociencia social integra conocimientos como la biología, sociología, genética, economía… para tratar de comprender y explicar nuestro comportamiento”, concluye Villarroya.

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