Un Sir que no quería que lo tratarán como tal

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A pesar de su obsesión testaruda por continuar siendo “un neozelandés corriente”, sus fantásticas aventuras y la tragedia que le siguió como una sombra toda la vida le convirtieron en un héroe, un gigante, un superhombre, un caballero y casi en un rey.

Doblegó la cumbre del Everest en mayo de 1953, fue nombrado caballero por la Reina de Inglaterra y se negó a que le llamaran Sir. Volvió a su casa de Nueva Zelanda para cuidar sus colmenas de abejas y casarse con Louise Rose, con quien tendría tres hijos.

Se mantuvo al margen de la controversia de quién fue la primera persona en escalar el Everest, si Tenzing Norgay, el sherpa que le acompañaba, o él, y sólo tras la muerte de aquél se atribuyó la conquista.

Cinco años después de la hazaña alpinista encabezó la primera expedición motorizada (en tractor) al Polo Sur y 18 meses más tarde se convirtió en el primer hombre en alcanzarlo, tras Robert Scott.

Fue entonces cuando abandonó la apicultura y creó una fundación caritativa para construir una escuela en el Nepal, en la tierra del sherpa Norgay, que se había convertido en uno de sus mejores amigos.

Su empresa nepalí se expandió y entonces estableció la sociedad Trust Himalayo, para ampliar su contribución humanitaria y construir escuelas, hospitales y llevar servicios básicos para la población sherpa. Y fue allí, en Katmandú, en marzo de 1975, donde perdió a su esposa Louise y a su hija menor, Belinda, en un accidente de aviación.

Entró en una fuerte y larga depresión que sólo lograría remontar con una nueva hazaña aventurera, “del Océano al Cielo”, en la que, acompañado por su hijo Peter, viajó en lancha motora desde la desembocadura del Ganges hasta su nacimiento en el Himalaya.

Otra tragedia aérea le robó a su gran amigo Peter Mulgrew, cuya esposa, June, se convertiría diez años más tarde en la segunda y actual señora de Hillary.

Llegaron los reconocimientos oficiales, fue nombrado Alto Comisario de Nueva Zelanda en la India, entró en la Orden de Nueva Zelanda y en la exclusiva Orden británica de la Jarretera y manifestó que, a pesar de considerarlo un honor, nunca aprobó los títulos y le parecía extraño poseer uno.

El control de Trust Himalayo se lo traspasó a los sherpas del Nepal para pasar a un segundo plano.“El hecho de que (los neozelandeses) tengamos dinero es una bendición, pero viene con responsabilidades”, explicó en su día.

“Me gusta pensar que soy un neozelandés muy corriente, igual no muy brillante, pero decidido y práctico en lo que hago”, diría Hillary en 2003, con motivo del quincuagésimo aniversario de la ascensión al Everest.

Pero entonces había dejado ya de ser la persona corriente que fue cuando empezó a subir las montaña de los Alpes neozelandeses del Sur, con 20 años.

Su imagen cubre desde hace años los billetes de cinco dólares neozelandeses y cuando sea enterrado recibirá un funeral de Estado.

“El legado de Sir Edmund Hillary continuará vivo. Sus proezas seguirán inspirando nuevas generaciones de neozelandeses, como lo han venido haciendo desde hace más de medio siglo”, dijo hoy la primera ministra neozelandesa, Helen Clark.

Pero no sólo sus proezas inspirarán a futuras generaciones, “las contribuciones que hizo con su trabajo altruista en países en desarrollo dejan un ejemplo que nadie podrá mejorar” y eso hace que “Hillary sea, en realidad, inmortal”, opinó hoy el montañero australiano Lincoln Hall.

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