El ruido, en una proteína

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Unos investigadores han descubierto la forma en la que una molécula en el oído interno de los mamíferos ayuda a ajustar la percepción auditiva. Sus resultados ayudan a explicar la forma en la que el cerebro se comunica con el oído interno, reduciendo la respuesta al sonido en ambientes ruidosos o que distraen a través de una proteína específica.

El daño producido por los ruidos fuertes o ciertas drogas es la base de la forma más generalizada de pérdida de audición sensorineural así como tinnitus, que consisten en la percepción debilitante del sonido en ausencia de una fuente externa.

Los resultados fueron publicados el 18 de diciembre de 2007, en la edición impresa de Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), por un equipo de investigación que incluyó a la becaria internacional de investigación del Instituto Médico Howard Hughes, Belén Elgoyhen. El artículo también fue publicado como publicación adelantada en Internet en PNAS el 12 de diciembre de 2007. Elgoyhen se encuentra en el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular, CONICET, en Buenos Aires, Argentina. Otros coautores fueron de la Universidad Tufts, la Universidad de Buenos Aires, el Hospital de Ojo y Oído de Massachusetts y la Universidad de California en Los Ángeles.

Pequeñas células del oído interno transforman las vibraciones mecánicas del sonido en impulsos nerviosos que viajan al centro auditivo del cerebro. Sin embargo, los impulsos nerviosos también pueden tomar el camino opuesto, yendo desde el centro auditivo hasta tipos específicos de células llamadas células ciliadas externas que ajustan la maquinaria del oído interno. Los investigadores sospechan que el sistema podría tener varios propósitos, tales como ayudar a mejorar la detección de las señales auditivas en ambientes ruidosos, proteger al oído interno contra el daño producido por el ruido o disminuir la entrada auditiva cuando se debe centrar la atención en algo diferente.

Las células receptoras parecen diferentes unas de otras y exhiben distintas proteínas receptoras. Pero todas hacen el mismo trabajo: convertir un estímulo ambiental en un impulso nerviosos electroquímico, que es el lenguaje común del cerebro.

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