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Y Llorente explotó

Agencias

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Largo tiempo llevaba la afición del Athletic esperando a que una de las 'perlas' que cíclicamente ofrece la cantera de Lezama diera por fin un paso adelante, a que un ariete del perfil de los que ama como a ninguno se mostrase en lo que se espera de él, en definitiva que Fernando Llorente explotase como el gran jugador que ha demostrado ser en Mestalla. Avalado por su trayectoria en categorías inferiores, por el prestigio ganado ante la mirada de los técnicos de formación, por la 'Bota de Plata' conquistada en el Mundial Sub-20 de Holanda 2005 y, sobre todo en Bilbao, por su estruendosa aparición en 'La Catedral', Llorente siempre ha sido visto como el relevo natural de Ismael Urzaiz. Es más, una versión incluso mejorada del poderoso delantero navarro.

Pero le está costando dios y ayuda explotar al espigado ariete riojano, llegado en edad alevín a la capital vizcaína para iniciar el aprendizaje destinado a un jugador de elite. Tras su fulgurante presentación en San Mamés, donde en su segunda aparición firmó un 'hat trick' copero ante un superado Lanzarote, hace ya casi tres años, la estrella del de Rincón de Soto comenzó a parpadear y rápidamente se apagó.

Tanto, que era olvidado por cada entrenador que llegaba a un equipo en constante zozobra, algo que no le ayudaba nada en una etapa todavía más de crecimiento que de consolidación, y, además, hasta su propio público, que adora los delanteros centros a la vieja usanza, empezó a hartarse de él. Llegó un momento en el que apenas recibía oportunidades, cuando le llegaban no las aprovechaba y, por su peculiar forma de ser, exasperaba a la concurrencia. En una espiral devastadora para una promesa, el único clavo al que asirse que encontraban él, su entorno y quienes confiaban en su valía era el de que alguien que había concitado tantas esperanzas no podía ser el jugador indolente y superado que saltaba al campo de vez en cuando.

Probablemente esa, y la falta de otros efectivos de los que echar mano, fue la razón por la que Joaquín Caparrós decidió insistir con él a su llegada a Bilbao. Pronto le dio un puesto de titular y también pronto se lo quitó. Le exigió mayor determinación, madurez y dureza para seguir jugando y parece que le ha respondido. Así, hace un par de jornadas, el técnico sevillano dejó en el banquillo a un Aritz Aduriz poco menos que incuestionable y máximo goleador del equipo para volver a jugársela con el rubio ariete, que amagó ante el Deportivo y acabó dando en Mestalla.

En Valencia, en el mejor partido del Athletic en lo que va de temporada, Llorente fue de los mejores, sino el mejor, de su equipo en un incontestable 0-3 al que contribuyó con un par de goles. Pero no fueron esos tantos los que dejaron huella de la actuación del riojano en los aficionados rojiblancos. Fue su actuación durante el partido. Su manifiesta superioridad ante una pareja de internacionales, Marchena y Albiol, a los que amargó la noche en el juego aéreo y no les dejó en paz a ras de suelo.

Prácticamente tocó todos los balones que se le enviaban. Y en la mayoría, como se le conocía de las categorías inferiores, con criterio e intención. Cada acción suya era un desahogo para sus compañeros y una amenaza para el rival. Controlando la pelota y dando tiempo a la llegada de ayuda, apoyando al primer toque para continuar la jugada o incluso oxigenando la labor defensiva del medio campo.

Solo le faltaba una guinda para dar brillantez a una actuación más que convincente y puso dos. Primero, con un cabezazo como mandan los cánones para rematar una preciosa jugada coral de su equipo y, ya sobre la hora, con una acción más propia de los delanteros que tuvo enfrente -Villa, Morientes, Silva- que de lo que se le supone. Buena manera de cerrar el partido que tanto esperaba para dar vuelta a una carrera que estaba dejando de prometer y para acabar con las cuitas de sus aficionados, que a partir de ahora no tendrán ningún reparo en cambiar los pitos que le obsequiaban últimamente por encendidas ovaciones, que ya le anticiparon hace una semana ante el Depor al aplaudirle cuando fue sustituido.

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