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En busca del trasplante duradero

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A pesar de que esta opción supone inequívocamente un balón de oxígeno para estos pacientes, la realidad es que el camino no puede darse por concluido. Todos ellos, antes o después tendrán que tendrán que enfrentarse al rechazo crónico, que les disminuye la función renal y acarrea trastornos como la anemia, que a su vez les eleva el riesgo cardiovascular. Precisamente para valorar la importancia de tratar este trastorno en los pacientes renales se han dado cita en Córdoba alrededor de 200 expertos nacionales e internacionales en el simposio “Anemia renal y eritropoyetina 1987-2007: perspectivas después de dos décadas”.

Según explica el doctor Ángel Luis Martín de Francisco, presidente de la Sociedad Española de Nefrología y jefe de Servicio de Nefrología del Hospital de Valdecilla en Santander, “la tasa de éxito del paciente con un riñón trasplantado es al cabo de un año del 90 por ciento; a los cinco años de en torno al 65 por ciento y a los diez años, del 50 por ciento. Bajo el deterioro renal subyace el rechazo crónico, que puede aparecer en cualquier momento del proceso, pero que es más frecuente a partir del quinto o sexto año después de realizarse el trasplante”.

Esta pérdida progresiva de la función renal, “que varía en función de los enfermos” matiza el doctor Martín de Francisco, provoca otros trastornos asociados en el paciente trasplantado, como la anemia o el incremento de los riesgos cardiovasculares, lo que deteriora mucho la calidad de vida de los enfermos y empeora su cuadro clínico general.

“Todo enfermo renal crónico, trasplantado o no, desarrolla anemia porque el riñón es un órgano crucial para la síntesis de la eritropoyetina, una hormona fundamental para la producción de hematíes a nivel de la médula ósea”, detalla el doctor Pedro Aljama, catedrático de Nefrología del Hospital Reina Sofía de Córdoba y coordinador del encuentro.

Esta anemia, de muy difícil manejo, hace años se resolvía con transfusiones repetidas hasta que 20 años atrás se incorporaron al mercado los agentes estimuladores de la eritropoyesis, “que revolucionaron el tratamiento de esta dolencia con un importantísimo impacto en la calidad de vida del paciente”, explica el doctor Aljama. Esto se refleja incluso en su color de piel. “Antes los enfermos renales tenían un color cetrino muy característico mientras que hoy presentan un aspecto absolutamente saludable”, asegura.

La importancia de estos medicamentos les ha hecho centro del simposio internacional de Córdoba, donde se repasarán las pautas óptimas para su aplicación en las diferentes fases de la enfermedad renal. El coordinador del simposio explica que el enfermo trasplantado ocupa un lugar importante en el acto debido a la importancia de los trasplantes en nuestro país y porque “estos pacientes tienen unas características especiales por su estado inflamatorio general y la medicación inmunosupresora, que les hace más resistentes a las eritropoyetinas”.

El doctor Martín de Francisco añade que en este grupo de enfermos el cambio ha sido trascendental ya que hace años los especialistas estaban totalmente centrados en el rechazo del injerto y la tolerancia a la medicación inmunosupresora y no se prestaba atención al fenómeno de la anemia, mientras que hoy día este trastorno se considera un elemento fundamental a tener en cuenta e imprescindible de tratar puesto que mejora notablemente la calidad de vida de los pacientes. “Además sospechamos que el hecho de corregir los niveles de hemoglobina puede influir favorablemente en la vida media de injerto al tener una mejor oxigenación, aunque es un supuesto sobre el que no tenemos datos contrastados”, añade el presidente de la SEN.

A pesar de que la calidad de vida de los enfermos renales ha mejorado mucho en los últimos años, los nefrólogos insisten en la importancia de la detección precoz de la insuficiencia renal crónica, que afecta a en torno un doce por ciento de la población puesto que “hoy día disponemos de tratamientos que consiguen ralentizar e incluso revertir el daño renal”, recuerda el doctor Aljama. Para ello, recomiendan a partir de los 55-60 años, una revisión de la función renal cada dos o tres años.

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