“Los vecinos llaman a la policía si la música está alta pero nadie llamó mientras me maltrataban durante años”

"Los vecinos llaman a la policía si la música está alta pero nadie llamó mientras me maltrataban durante años"

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La policía llamó a su puerta una mañana de abril. Ese día fue el primero del resto de su vida. Para entonces, Sofía llevaba semanas confinada en casa con su maltratador y años soportando sus abusos. Hoy está segura de que mucha gente lo sabía pero nunca nadie hizo nada.

Cumpliendo un patrón que se repite, su pareja era un hombre amable, educado, tímido incluso cuando estaban en público. Pero al otro lado de la puerta aparecía todo lo que escondía. Ella cuenta ahora que, aunque los episodios más violentos tardaron un par de años en llegar, las señales empezaron a aparecer desde el principio de su relación, hace ya más de diez años.

“No te pega al empezar, es un buen chico, callado, prudente... pero hay señales, cosas que no te parecen normales pero que tratas de normalizar quitándoles importancia porque le quieres, porque quieres que vaya bien. No son insultos, no te pega... Pero ya te está maltratando”. Sofía recuerda cómo en sus primeros encuentros sexuales él le decía que si algún día le encontraba con otro le cortaría los genitales. Incluso cuando llegaba a casa le tocaba para comprobar que no había mantenido relaciones con otros hombres.

La violencia que se ve... Y la que no

“Al principio cuando se enfadaba me tiraba encima de la cama, se ponía ecima de mí y me apretaba”, recuerda con la voz quebrada, “no te da un bofetón pero te está agrediendo”. Ella sin embargo sitúa la primera vez a los dos años de empezar su relación. “Fue porque me abrí una cuenta en Facebook. Él sí podía, tenía redes sociales, chateaba con quién quería... Pero que me abriese una cuenta yo no lo aceptaba. Aquella vez me dio en las piernas. Otras veces fueron puñetazos en la tripa, tirones de pelo... Otra vez le pareció que coqueteaba con un trabajador en el lugar en el que ambos trabajábamos y de camino a casa, en el coche...”. Tras un largo silencio, Sofía sólo puede decir: “aquel día fue muy fuerte”.

Pero fuera de casa nadie sabía nada. Ella no lo contaba, él se ponía la máscara de buen hombre. Insultos, gritos golpes... Todo ocurría en casa y siempre seguido de mil perdones.

A principio de año ella decidió dar el paso. Se lo contó a algunos familiares, llamó a la Oficina de Atención a la Víctima y le dijo a él que quería separarse. Él no lo aceptó. Y entonces llegó la pandemia y con ella el encierro más estremecedor que nadie pueda imaginar. “He temido por mi vida, muchísimo. También por mis hijos. El confinamiento ha sido tremendo. Pensé muchas veces que me mataba, creo que no lo hizo porque estaban mis hijos; de hecho me decía muchas veces que me iba a matar, que me iba a tirar por la ventana”. Las amenazas no siempre eran gritando. “A veces, de madrugada, venía, me agarraba y me susurraba al oído cosas terribles. Me decía que si quería estar bajo tierra sólo tenía que apretar el cuello un poco más”, recuerda envuelta en llanto.

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Durante el confinamiento le quitaba el teléfono y cotrolaba cada uno de sus movimientos. Cuando la psicóloga llamaba, ella prefería mentir y decir que todo iba bien. Por fin, un día de abril, en pleno confinamiento, uno de sus familiares llamó a la policía y pocos minutos después varios agentes llamaban a su puerta. “Al principio no me atrevía a salir porque él estaba en casa. Me llamaban por mi nombre al otro lado de la puerta. Él sí quería hablar con ellos pero no se lo permitieron. Me preguntaron todo y yo les dije que tenía mucho miedo porque amenazaba con matarme, en casa o en la calle si me iba, a mí o a mi familia. Ellos me dijeron que confiase, que me iban a ayudar, que el mayor peligro era quedarme allí”. Y confió. A él se lo llevaron detenido y ella empezó una nueva vida.

Todavía tiene miedo, ansiedad y recuerdos que siguen ahí. Cambia los muebles de sitio para no sentir que todo sigue igual en casa. Pero ya no hay gritos, ni golpes. No hay violencia ni tensión entre esas paredes. Sus hijos sonríen más. Y ella también lo hace.

Ha decidido contar su historia para que la gente entienda que no se puede juzgar. “Yo misma, cuando volví a casa después de poner la denuncia, me encontré triste, sentía pena por él, a pesar de que hace mucho tiempo que prefería que me matase a que me tocase. La gente dice que por qué aguantas, por qué no denuncias... Y la realidad es que no lo haces porque no ves salida, sientes que no puedes. Ahora sé que por mucho miedo que dé, por muy difícil o duro que sea, hay que dar el paso. Porque sí hay salida y hay mucha gente al otro lado para ayudarte”.

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A todo esto se suma además que Sofía vive en un pueblo. “Durante todos estos años pensé que no iban a creerme, porque vivo en un pueblo y todo el mundo le conoce, conoce su lado amable. Él mismo me decía que cómo iba a denunciar si le conocían todos los guardias civiles. Yo nunca tenía señales visibles y además algunos de mis vecinos eran amigos suyos y le decían e incluso le dicen cuando entro y salgo”, cuenta.

Hace unos días, Sofía vivió un episodio que le hizo llorar de nuevo. Sin golpes. La policía se presentó en su edificio porque un vecino había llamado para quejarse por lo alta que tenía la música otro vecino. “En ese momento algo se me rompió por dentro”, confiesa, “no podía evitar pensar cómo nadie ha llamado nunca durante todos estos años, con los terribles gritos que tenían que escuchar en mi casa. Me han oído sufrir durante meses y nadie ha hecho nada”. Ha llegado a preguntar por ello a algún vecino. “Claro que oíamos, pero cada uno en su casa...”, contestan mirando para otro lado.

A pesar de las heridas abiertas y los juicios pendientes, Sofía mira al futuro de otra manera. “Antes estaba apagada, me dejaba llevar pero no vívía. Ahora tengo ganas de cuidarme, de quererme. En eso estoy ahora”. Pide a la gente que tienda la mano, que actúen a la más mínima sospecha porque puede haber una mujer pidiendo ayuda a gritos en silencio. Y a ellas les dice “que sean fuertes, muy, muy fuertes. Y que confíen en todas las ayudas, en toda la gente y los recursos que están ahí tendiendo la mano porque sí hay salida. Que confíen y se dejen ayudar; que sean valientes y miren por fin por ellas”.

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