Una Esperanza ilustre, los riojanitos, los mazapanes de Soto y el Rey

Una Esperanza ilustre, los riojanitos, los mazapanes de Soto y el Rey

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Esperanza habría cumplido hoy 106 años. Puede que nacer el día de la patrona de Logroño, le marcara, porque Esperanza Romero contribuyó, durante su vida profesional, a dar a conocer su ciudad y su comunidad. No en vano, es la inventora de los riojanitos, uno de los dulces más conocidos de La Rioja.

En realidad, el negocio había comenzado mucho antes. Su padre, Felipe Romero, se casó con una chica que estudiaba Magisterio. Él, procedente de Soto de Cameros, estudiaba en el Seminario, que entonces estaba en El Espolón, junto a la Escuela de Magisterio, pero su vocación religiosa se acabó cuando la conoció. Su suegra les puso una confitería al casarse y comenzaron a dedicarse al negocio, aunque “no tenían ni idea”, explica su nieto e hijo de Esperanza, Javier de Castro.

“Trajeron a un señor de Barcelona para que elaborara los dulces y ellos se dedicaban a vender”. Una Navidad, a principios del siglo XX, Felipe Romero recordó que en su pueblo, en Soto en Cameros, siempre se hacían en esas fechas mazapanes. Decidieron comenzar a fabricarlos y se pusieron manos a la obra. Montaron en su casa de Soto un horno, aunque en realidad los mazapanes se elaboraban en una fábrica en la calle Portales.

“Entonces no había coches ni autobuses y mi abuelo iba con diligencias a vender a otras ciudades como Zaragoza. Algunos de los que luego se dedicaron a este mismo negocio en Logroño pasaron por el obrador para aprender”, detalla De Castro.

Incluso el rey Alfonso XIII llegó a probar sus mazapanes. “Mi padre era tesorero de la Cruz Roja y formó parte de la comitiva que fue a recibir al rey. Le invitaron a visitar la tienda y a probar los mazapanes, que le gustaron mucho, hasta el punto de que nos convertimos en proveedores de la Casa Real”.

El relevo

Un negocio boyante que Esperanza heredó tras la muerte de su padre, en 1968. La empresa pasó a llamarse Hija de Felipe Romero. Con la ayuda de su marido, que no sabía nada del negocio porque trabajaba en Telefónica, continúo el camino iniciado por su padre, ayudada por sus trabajadores. Allí, en una gran vivienda en el mismo edificio que la fábrica, crió a sus tres hijos. Eran tiempos de mucho trabajo, especialmente durante la campaña navideña.

“En octubre ya empezaba la campaña, estaban unas 70 u 80 personas trabajando. Había mucho jaleo durante esos meses. Los mazapanes se elaboraban de forma artesanal, venían muchas mujeres y se sentaban a hacer las bolitas manualmente, iban redondeando la masa para sacar el mazapán y los recortes que sobraban también se vendían”, recuerda De Castro.

En este entorno surgieron los archiconocidos riojanitos. “En verano los comercios tenían derecho a sacar veladores a la calle. Sacaban una mesa y había tertulias muy animadas. En una ocasión, cuando estaban tomando chocolate, se cayó un mazapán a una taza al sacarlo del horno. No lo quitaron y cuando lo fueron a retirar, mi madre pensó que se podría hacer un dulce así, más pequeño que un mazapán y envuelto en chocolate”. Y así se creó el primer riojanito, como casi todos los grandes inventos, fruto del azar.

Las anécdotas se agolpan en la memoria de Javier, quien guarda muchos recuerdos de su infancia, estrechamente ligada a la fábrica de mazapanes. En los años 80 la familia vendió la empresa, que sigue manteniendo el mismo nombre, en honor a Esperanza Romero, la inventora de los riojanitos.

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