“Siempre he sospechado que mi hijo no ha sido la única víctima de este profesor”

"Siempre he sospechado que mi hijo no ha sido la única víctima de este profesor"

Rioja2

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Una familia de Bilbao se mudan a Haro. Una difícil situación que deben tomar cuando la situación en la capital bilbaina se vuelve insostenible después de que su hijo mayor les confesara que había sufrido acoso y abusos sexuales por parte de su preceptor en el Colegio del Opus Dei Gaztelueta, en Leioa (Vizcaya), según cuenta la web Haro Digital.

Juan Cuatrecasas y su familia se mudan a Haro en la Semana Santa de 2013. La decisión la toman cuando la situación en Bilbao se hace ya insostenible. Su hijo mayor les había confesado en 2011 a sus padres que había sufrido acoso y abusos sexuales por parte de su preceptor en el colegio del Opus Dei de Gaztelueta, en Leioa (Vizcaya).

Pero tres amenazas casi seguidas se convierten en el detonante y colman el vaso de la paciencia. Juan decide dejarlo todo y trasladar a su mujer y sus dos hijos a la ciudad donde veraneaba desde niño para intentar empezar de cero. ‘Mi familia no hacía vida de puertas para afuera; tenía que hacer algo y en Haro nos hemos sentido mucho más apoyados que en Bilbao; aquí todo ha sido diferente’. De hecho, desde que dio a conocer a través de las redes sociales el procesamiento del presunto agresor, ha recibido centenares de mensajes de apoyo. Por la calle, la gente que lo conoce y que incluso conoce la historia, le da ánimos.

En principio, la víctima sólo pudo contar a sus padres una pequeña parte de todas las situaciones de acoso y abusos sexuales que había sufrido en el colegio. Tenía apenas 13 años. El presunto agresor era su preceptor. Algo más que un tutor. Era la persona encargada de orientar al menor en asuntos académicos. ‘Ese malnacido le arrebató a mi hijo su adolescencia’, denuncia Cuatrecasas.

Según cuenta la familia, los episodios suceden durante los cursos 2008-2009 y 2009-2010, y es en este último curso cuando la víctima termina por estallar. Una mañana, su padre se lo encuentra encerrado en el baño, tirado en el suelo. ‘Estaba roto, desencajado, no era mi hijo’. Se resistía a ir al colegio, padecía pesadillas y se mostraba insociable. De repente, como relata su padre, la víctima había empezado a ser rechazada por sus compañeros y éstos realizaban incluso comentarios despectivos en clase. De hecho, hasta su preceptor también incurría en estas faltas de respeto, algo con lo que ‘intentaba aislar a mi hijo’, como destaca Cuatrecasas.

'Llegaron a decirnos en el colegio que si el profesor le había pedido que se quitara la camisa fue porque hacía mucho calor', asegura Cuatrecasas

Pero, curiosamente, el preceptor llegó a comer con los Cuatrecasas en el hogar familiar. Era una práctica habitual que se hacía con los tutores para estrechar los lazos con las familias de los alumnos.’Desde el primer instante dije que no me gustaba nada. Era muy negativo y todo le parecía poco a nivel escolar’, explica Cuatrecasas.

Cuando la víctima empieza a abrirse a sus padres, lo hace poco a poco. Sin contar muchos detalles. La familia decide ir entonces al colegio y explicar los sucesos que denuncia su hijo: desde enseñarle fotografías de chicas desnudas en el ordenador, pedirle que se quitara la camisa y tocamientos en las piernas, pecho, cuello, brazos, nalgas… Les recibe el subdirector de entonces (ahora director del centro), Imanol Goyarrola. ‘Cuando le explicamos todo, Goyarrola se lleva las manos a la cabeza y asegura que si todo era verdad, tomarían medidas’. Pero nada de nada. De hecho, Cuatrecasas denuncia que se intentó ‘vestir’ el tema y que todo había sido para ‘fortalecer el cáracter de mi hijo’. ‘Llegaron a decirnos que si el profesor le había pedido que se quitara la camisa fue porque hacía mucho calor’.

Pero Juan Cuatrecasas va más allá incluso y dice que siempre ha sospechado que su hijo no ha sido la única víctima de este profesor. ‘Una madre me contó que había sido monitor en un club de tiempo libre con 12 niños y que acabó el curso con tan sólo uno, pero es tan sólo el comentario de una persona y sin pruebas no puedo asegurar nada’, pone como ejemplo. Pero a este vecino de Haro lo que más le decepciona es el silencio del colegio y el mal trato que recibió por parte de otras familias de alumnos de Gaztelueta, aunque reconoce, eso sí, el apoyo de una única familia que ‘sí entendió nuestro caso’.

Un caso que espera Cuatrecasas que concluya con la condena del profesor, ‘algo que ayudará a mi hijo a nivel moral’. Pero el proceso ha sido largo. Todo se inicia en 2011 con la denuncia en el Gobierno Vasco que traslada el caso a fiscalía de menores. Sólo se consigue que dos de los compañeros del hijo de Juan sean condenados por acoso escolar. Pero durante su desarrollo, la situación se vuelve ‘caótica’. ‘Mi hijo termina roto tras su declaración en la fiscalía y encima los medicamentos que le hacen tomar a través de una psiquiatra del hospital de Basurto no hacen más que empeorar su estado’. Es entonces cuando la familia decide parar el proceso judicial por consejo del psicólogo de la víctima.

Cuando se reanuda, el caso llega entonces a manos de Juan Calparsoro. Corre 2012 y el fiscal superior de Euskadi asegura ‘creer plenamente al niño y no da credibilidad al testimonio del docente’, como destaca Cuatrecasas. Pero ese mismo año, Calparsoro archiva el caso de forma provisional por falta de pruebas.

Dos años después, en 2014, la familia decide interponer una querella criminal en el juzgado de Getxo y el proceso se reinicia. Y tras tres cambios de juez y otros seis de fiscal instructor, como relata Cuatrecasas, finalmente, el preceptor del colegio Gaztelueta es procesado por ‘delito continuado de abusos’ con el agravante de ‘haberse prevalido de una relación de superioridad manifiesta’. El presunto agresor está ahora a la espera del inicio del juicio en el que el hijo de Juan tendrá que testificar ante el juez. El procesado, además, tendrá que depositar una fianza de 40.000 euros. De este dinero, un porcentaje se espera que vaya para reparar los daños de la víctima, aunque Cuatrecasas quiere dejar claro lo que le preocupa de verdad es lo que pidieron desde el principio: un reconocimiento público y expreso de los hechos y un resarcimiento moral de la víctima mediando un perdón público y sincero.

A pesar de todo, Cuatrecasas ya no espera nada del colegio, aunque si el juez condena finalmente al presunto agresor, ‘tendrá que mover ficha al igual que la Iglesia’, que investigó el caso a raíz de una carta que el Papa Francisco envió a la familia. ‘Nos animó un periodista a escribir al Vaticano y la respuesta no se hizo esperar’. Cuatrecasas confiesa que la misiva les ayudó mucho pero a pesar de sus buenas intenciones, cree que aún el Papa está rodeado por una curia que vive anclada en el pasado y pone como ejemplo declaraciones de obispos como Munilla, Cañizares e Iceta.

Pero los reproches también se dirigen a los poderes públicos. Y es que Cuatrecasas pide que España se fije, por ejemplo, en el protocolo catalán contra abusos sexuales en los colegios. Cuatrecasas cree que los delitos en este campo no tienen que preescribir y se tiene que conceder algún tipo de ayuda en forma de pensión de discapacidad para las víctimas. ‘La ley se tiene que adaptar a las víctimas y no al revés’, denuncia.

'Si no se denuncian estos casos se hace un flaco favor a la causa. Cuando alguien sufre este tipo de agresiones y tiene el valor de denunciarlas necesita un reconocimiento', dice Cuatrecasas

También pide que las víctimas de abusos puedan completar su educación de manera ‘más flexible, a su ritmo’. Lo dice de primera mano. El hijo de Cuatrecasas estudia ahora a distancia. Apenas sale de casa, aunque recuerda con cariño de padre una vez que fue a fiestas de Tirgo con dos amigos de Haro. ‘Le vi feliz, pero enseguida sufre altibajos. Creo que estos episodios de abusos no se superan nunca, sino que se aprende a vivir con ellos’, confiesa Cuatrecasas, que confía también en ver a su hijo un día ‘hecho un hombre’. ‘Que tenga una vida estable, normal, forme su familia y encaje todo lo malo que le pasó de algún modo en su cabeza’.

Pero su hijo ya ha hecho algo importante por su futuro: denunciar. Contar todo por lo que pasó durante aquellos dos cursos escolares. Y eso es algo que valora, y mucho, su padre. ‘Aquí el valiente es él. Yo sólo soy el bastón en el que se apoya. Hay gente que no denuncia nunca, que no se atreve o lo hace demasiado tarde’, asegura. ‘Las familias de estas víctimas tienen que atreverse a denunciar por el bien de sus hijos, no te queda otro remedio’. Pero Cuatrecasas va más alla: ‘Si no se denuncian estos casos se hace un flaco favor a la causa. Cuando alguien sufre este tipo de agresiones y tiene el valor de denunciarlas necesita un reconocimiento’. Ahora un juez decidirá si el hijo de Juan lo tendrá por fin.

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