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Israel ya ha perdido

Mujeres palestinas desplazadas internamente cargan sus pertenencias tras una orden de evacuación emitida por el ejército israelí, en Rafah, sur de la Franja de Gaza, 06 de mayo de 2024. EFE/EPA/HAITHAM IMAD

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No sabemos qué día terminará la guerra de Israel contra Gaza, pero ya tenemos titular para el día siguiente, a toda página: “Victoria pírrica de Israel”. Pírrica en su sentido original, no en su deformación deportiva y electoral (ganar por los pelos) que la Real Academia acabó aceptando ante su uso extendido. La victoria de Israel, indudable por la desproporción de medios, será pírrica en el sentido original de “victoria obtenida con más daño del vencedor que del vencido”.

No hablo del daño en víctimas, en la que por supuesto los palestinos serán los grandes perdedores como siempre e incluso un poco más, pues en esta guerra asimétrica ni siquiera se respeta la tradicional proporción de víctimas (veinte palestinos muertos por cada israelí) y todavía es difícil estimar hasta dónde llegará el recuento final de cadáveres: a los 35.000 asesinados ya contabilizados habrá que añadir más de 10.000 que estarían bajo los escombros según la ONU, y quienes morirán de hambre o enfermedad, además de decenas de miles de heridos, mutilados e incapacitados. Tampoco me refiero al daño de la destrucción, pues la única pérdida material que sufre Israel es la munición empleada, mientras Gaza está siendo sistemáticamente demolida.

Pese a todo, Israel ganará perdiendo, su victoria militar no podrá ocultar una enorme e histórica derrota. No derrota moral, que ya sabemos que ser el ganador moral es un pobre consuelo; sino una completa derrota internacional, política, social y cultural, de la que el país tardará mucho en reponerse. Acostumbrado a la impunidad de sus acciones, Israel enfrenta hoy un rechazo global como no ha conocido antes. Israel ganará hoy, seguro, pero perderá el ayer y el mañana.

El ayer, porque en pocos meses Israel ha dilapidado el capital humano de solidaridad y reparación que todavía le quedaba tras décadas gastándolo. Hasta hace dos días los crímenes de Israel seguían encontrando disculpa, cuando no justificación, entre muchos gobiernos y entre parte de la población por la memoria dolorosa del holocausto. Pareciera que su condición histórica de víctima le daba carta blanca en la política internacional, pero se le está acabando el crédito, con cada vez más gobiernos y sobre todo ciudadanos denunciando el genocidio en marcha. Incluso los terribles atentados de Hamás en octubre, que parecían renovar la condición de víctima por antonomasia del pueblo judío, han quedado olvidados ante la atrocidad de la venganza, y sus víctimas (incluidos los secuestrados) no han encontrado la solidaridad que merecen. Que tus últimos defensores en el mundo acaben siendo las derechas más radicales lo dice todo.

Y el mañana, porque Israel se ha asegurado décadas de inseguridad y conflicto, varias generaciones de palestinos (y no solo palestinos) que odiarán a Israel, haciendo imposible la convivencia con un pueblo que no va a desaparecer ni podrá exterminar por completo. Un futuro en el que Israel no contará con el mismo respaldo automático e incondicional de los gobiernos occidentales, pues los ciudadanos no estaremos dispuestos. Un futuro de relaciones difíciles con otros Estados, de ruptura de acuerdos comerciales y relaciones diplomáticas, de señalamiento en las instituciones mundiales, de persecución judicial y creciente aislamiento; de convertirte en un apestado.

Israel ya ha perdido, y lo sabe. Pero esto es una mala noticia: que Netanyahu y el sionismo radical se sepan derrotados y cada vez más solos, los vuelve más peligrosos. Que no les importe ya perder crédito y apoyos, que no les importe perder el ayer y el mañana, que no tengan ya nada que perder, los empuja en una huida hacia delante de más muerte y destrucción. Ojalá la sociedad israelí se dé cuenta a tiempo.

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