Crónica de una huella errada

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La velada literaria se desarrolló, como las mejores conversaciones, durante una cena. El lugar elegido para este año fue el Círculo Logroñés. Poco a poco iban llegando políticos, representantes de asociaciones educativas y culturales, escritores, catedráticos, críticos… La crème de la crème de la sociedad riojana.

Algunos invitados comentaban que este escenario resultaba menos frío que el de la pasada edición, que se celebró en Riojaforum. Este centro social es un lugar romántico, elegante y con el aire cálido de los sitios con historia. Esos en los que se puede respirar el discreto encanto de la burguesía y escuchar a las paredes hablar de confidencias nunca desveladas.

Sobre el plato se encontraba un marcapáginas. Cuando lo girabas podías apreciar que aquel índice era la carta del menú, dividida según los platos en prólogo, capítulo 1, capítulo 2, epílogo y anexos, que eran los vinos que se iban a servir. Mientras el dulce sonido de una banda de jazz sonaba de fondo, todo el mundo conversaba dicharachero y es que como alguien dijo con buen humor en algún momento de la cena: “A lo que es gratis hay que ir cueste lo que cueste”.

Entre el prólogo y el primer capítulo, un representante de ‘Álgaida’ pronunció unas palabras y entre el capítulo 1 y el 2, el presidente de Fundación Caja Rioja quiso recordar al recientemente fallecido José Antonio Muñoz Rojas con uno de sus maravillosos poemas. Este notable poeta hubiera cumplido 100 años el 9 de octubre, pero hace mucho tiempo ya que es inmortal gracias a sus estremecedores versos.

Después del postre llegó el gran momento y el encargado de desvelar el nombre del ganador fue el escritor jerezano y archigalardonado José Manuel Caballero Bonald, autor de más de 30 libros de poesía y narrativa. Comenzó su discurso con un toque de humor, asegurando que le habían designado presidente del jurado únicamente por la edad, ya que cuenta con 82 años. De todas formas se declaró muy orgulloso de estar en este evento cultural que se celebraba en la madre tierra de nuestra lengua y, por lo tanto, de nuestra literatura.

Eduardo Iriarte Goñi recogió la escultura de Balanza y empezó también con ironía, alegando que era una descortesía que el jurado le hubiera despertado la noche anterior para darle esta estupenda noticia. Aseveró que no pudo pegar ojo y que todavía no había asimilado el hecho de ganar este premio. Además transmitió su alegría y orgullo por recibir este reconocimiento, sobre todo por la altura del jurado.

También quiso dedicar el premio a su padre, que falleció hace 30 años pero “cuyo espíritu planea de una forma muy especial en la novela”. El protagonista se llama Simón, igual que él. También quiso dar las gracias a su mujer porque “ha sufrido todas las novelas” y a su hija. “Ahora cree que su padre es un gran novelista y espero que nadie la saque de su error, al menos esta noche”.

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