¿Debemos obligar a los niños a apuntarse a actividades extraescolares?

¿Debemos obligar a los niños a apuntarse a actividades extraescolares?

Rioja2

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Con la llegada del nuevo curso, las familias comienzan a preparar agendas, en las que se incluyen las actividades extraescolares. La pregunta es ¿por qué apuntamos a los niños a estas actividades? Las respuestas habituales a esta pregunta suelen ser dos: o bien porque a nosotros no cuadra con nuestro horario laboral o de descanso, o bien porque pensamos que el niño necesita aprender de manera intelectual cuantas más cosas mejor.

Esto parte de un absoluto desconocimiento del proceso de aprendizaje, y, además, falta la única razón que debería motivarnos a apuntar al niño a una extraescolar: que el niño desee apuntarse. No hay actividades extraescolares mejores o peores. Hay niños a los que les gusta una cosa o les gusta otra. O incluso hay actividades muy mal planteadas que consiguen que el niño pierda el interés en algo que antes le fascinaba. Además, no tenemos en cuenta que para que el niño aprenda, lo principal es que juegue.

Cuando vemos jugar a un niño, pensamos que se lo está pasando bien, que es algo divertido. Pero el juego es algo mucho más complejo. La naturaleza no hace las cosas sin motivo, y que el juego tenga un papel predominante en la infancia tiene su razón de ser. Mientras el niño juega, están ocurriendo muchas cosas en su cerebro, necesarias para el desarrollo sano del niño. Así, jugando, el niño aprende física, matemáticas, lenguaje, música...Mediante las distancias, mediante las cosas que se caen, los pesos distintos, los sonidos, dividiendo en porciones…También aprende a desenvolverse en el mundo social mediante el juego simbólico de imitación, aprende sobre su propio cuerpo desarrollando mediante el juego y el movimiento algo tan importante como la propiocepción. La motricidad fina y gruesa se están desarrollando también.

Por medio del juego y la exposición a diferentes texturas, olores, colores, formas, además de mediante el balanceo o el salto (entre otras cosas), el niño está trabajando intensamente en algo esencial para el desarrollo: la integración sensorial. Sin la integración sensorial o con una inadecuada, el niño no puede desarrollarse bien motrizmente (por ejemplo, puede tener problemas al correr, o puede que no escriba simplemente porque no puede agarrar el bolígrafo), a veces presenta dificultades en el habla, retrasos en el desarrollo, etc. Esto ocurre porque antes de que se desarrollen otras capacidades y áreas, es esencial que se desarrollen las que le dan base. Si el desarrollo no es correcto en la base, lo demás va a verse afectado. Por ejemplo, la información vestibular (que se da, por ejemplo, al columpiarse, o cuando dan vueltas) es importantísima. Lo vestibular es lo que conecta el resto de áreas, y si lo vestibular está tocado, van a darse problemas en muchísimos campos del desarrollo.

Piaget, referente en psicología del desarrollo, decía que el niño no debería aprender del modo intelectual antes de los 7 años, edad en la que comienza la etapa de las operaciones concretas. Hasta esa edad, el niño debería aprender mediante el juego, el movimiento y el ejemplo, no rellenando fichas ni estudiando. Porque es hasta esa edad cuando todas estas cosas tan importantes están pasando en el cerebro infantil, sentando la base para el ansia de conocer intelectualmente que llega a los 7 años si antes se les ha permitido aprender jugando. Sin esa base, o con una incompleta, esas ganas de aprender no se dan. No tenemos más que pensar en lo poco que nos ha gustado estudiar a nosotros, o lo que costaba hacerlo, ya que venimos de un sistema tradicional en el que el aprendizaje es intelectual desde edades muy tempranas, truncando el desarrollo sano. Cuando el niño crece, el juego sigue siendo muy importante. El aprendizaje se consolida y produce cuando hacemos algo desde el placer. Es por ello que lo vivencial y lo que les gusta va a convertirse en aprendizaje sólido y real. Esto nos ocurre durante toda la vida, incluso de adultos.

Otro punto a destacar es el tipo de juego y los materiales. El juego debería ser juego libre, sin ser dirigido por un adulto, para estimular la creatividad y para que el niño haga lo que percibe que necesita. Respecto a los materiales o juguetes, cuanto más permitan la imaginación, mejor. Es decir, cuanto más simples sean, mejor. Además, deberíamos intentar evitar aquello que no favorece la creatividad, el movimiento o el conocimiento del mundo real, como por ejemplo un exceso de TV, consolas, etc. Cuanto más juego se de en naturaleza, o con materiales naturales, más favoreceremos un desarrollo sano. Incluso aburrirse de vez en cuando les viene bien para fomentar esa creatividad y el hacer las cosas por ellos mismos.

El juego no sólo es divertido, pues. El juego es esencial, es el trabajo de los niños. Por lo tanto, no pensemos que el niño está perdiendo el tiempo cuando juega, no le apuntemos a multitud de clases extraescolares que no desea realizar, le ahoguemos en deberes, le exijamos un aprendizaje intelectual. El niño está aprendiendo muchísimo más cuando se columpia en un parque que cuando le ponemos a estudiarse un libro.

Por ello, a la hora de elegir una actividad extraescolar, lo primero sería preguntarle al niño. Si estas actividades están bien planteadas, pueden ser muy beneficiosas para nuestros hijos, siempre que quieran ir. Del mismo modo, debemos tener en cuenta que si quieren dejar de ir, no pasa nada porque no vayan. Lo peor que puede ocurrirle es que vaya obligado a hacer algo que se supone que debería gustarle, y por ende, aprender. Juego, diversión, elección personal y tiempo con otros niños o con sus padres deberían ser los criterios a seguir si planteamos actividades extraescolares.

Laura Perales Bermejo

Psicóloga infantil especializada en prevención.

www.crianzaautorregulada.com

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